Los demócratas habían preparado al menos cinco respuestas al primer discurso sobre el estado de la Unión de Donald Trump. La oficial en inglés, no obstante, el partido se la encomendó a Joe Kennedy III, congresista por Massachusetts desde el 2013. Y la ocasión ha vuelto los focos hacia el último miembro de la renombrada dinastía política de Estados Unidos en el que algunos ven un futuro incluso presidencial, como el de su tío abuelo John F. Kennedy.

No faltaron demócratas que cuestionaron lo oportuno de seleccionar a un hombre blanco (y muy rico, con un patrimonio valorado entre 20 y 43 millones de dólares que lo convierte en uno de los congresistas más acaudalados) para dar respuesta a un presidente que ha hecho más imprescindibles si cabe las voces de las mujeres o las personas de minorías raciales. Pero este Kennedy se ha labrado en su carrera política la imagen de «inagotable luchador por la clase trabajadora», al menos según el Partido Demócrata. Y cuando lanzó su mensaje desde una escuela de formación profesional en Fall River, una localidad obrera sacudida por problemas de desindustrialización y adicción a los opiáceos, demostró por qué la formación le encomendó la misión.

El pelirrojo nieto de Bobby Kennedy -asesinado más de dos décadas antes de que él naciera hace 37 años-, lanzó sin mencionar nunca a Trump por su nombre un rebato sobre las divisivas políticas del presidente y su Administración, acusándoles de ir «contra la idea de que todos somos dignos de protección», dejando entrever el mensaje con el que los demócratas intentarán imponerse en las legislativas de noviembre. Y también mencionó la injerencia de Rusia («metida en nuestra democracia») que Trump decidió obviar.

Progresista moderado, coló en su discurso frases más propias de Bernie Sanders, como denunciar que el sistema «está amañado a favor de los que están más arriba». E hizo una defensa a ultranza no solo de los trabajadores o las minorías sociales como las personas transgénero (de cuya defensa de derechos ha hecho una de sus causas políticas), sino también de los inmigrantes, que fueron los más duramente atacados en el discurso de Trump.

Kennedy se dirigió en especial a los llamados dreamers, a los que sus padres llevaron a EEUU sin papeles cuando eran niños. Y en perfecto español les dijo: «Sois parte de nuestra historia. Vamos a luchar por vosotros. No os vamos a abandonar». El idioma lo perfeccionó tanto durante un semestre universitario en Sevilla como en los dos años que estuvo en República Dominicana en los Cuerpos de Paz. Fue un periodo entre su paso por la Universidad de Stanford y la escuela de Derecho de Harvard, donde se graduó (como Barack Obama) y conoció a Lauren Anne Birchfield, que se convirtió en su esposa y con la que ha tenido dos hijos.

Más allá de un problema de imagen por el exceso de cacao labial, Kennedy salió bien parado de la intervención. Y confirmó su salto al panorama político, al que pareció alérgico durante sus primeros años en el Congreso. Como le decía el año pasado a Politico un estratega, Kennedy al principio «conscientemente eligió pasar desapercibido, hacer su trabajo, aprender (el funcionamiento) del comité (de Energía y Comercio en el que sirve) y meterse en profundidad en los asuntos».

Con la elección de Trump, no obstante, empezó a tener más presencia y repercusión pública. Antes del discurso del martes acumulaba cerca de medio millón de seguidores en su página de Facebook y había conseguido volver virales varias de sus intervenciones y cruces dialécticos con los republicanos en el Congreso, en los que ha defendido apasionadamente a inmigrantes y dreamers, la reforma sanitaria de Obama y el medioambiente.

Aunque públicamente él diga que no dedica mucho tiempo o pensamiento a lo qué está por venir en su carrera política, está claro que los demócratas, o al menos el aparato del partido, ven en él una esperanza. La saga tiene visos de continuar.