No es la primera vez que el nombre WikiLeaks salta a la palestra. A principios de abril de este año, la difusión de un vídeo que mostraba cómo un helicóptero Apache del Ejército de EEUU acribillaba a un grupo de ciudadanos iraquís (en un incidente, ocurrido en el 2007) atrajo la atención del mundo sobre esta controvertida web (wikileaks.org) especializada en filtrar documentos, a menudo confidenciales, de gobiernos e instituciones relevantes.

La web, fundada por el periodista australiano Julian Assangese, se nutre de lo que en inglés se denomina whistle blowers ("tocadores del silbato"; o sea, soplones pero sin la acepción peyorativa). Son personas que, de forma anónima, denuncian prácticas ilegales, corruptas o cuestionables dentro de su propia organización. No es la primera vez que WikiLeaks difunde material clasificado del Ejército de EEUU pero nunca había recibido un paquete tan sustancial: 92.201 documentos internos (de entre enero del 2004 y diciembre del 2009), la mayoría clasificados, en relación a las operaciones en Afganistán.

Sí que es la primera vez que tres publicaciones de prestigio internacional --el diario británico The Guardian , el estadounidense The New York Times y el semanario alemán Der Spiegel -- llegan a un acuerdo con WikiLeaks, reciben el material con antelación y lo publican pulido, seleccionado y convertido en crónica periodística, al mismo tiempo que WikiLeaks cuelga en su web los textos en bruto.

EEUU y Gran Bretaña condenaron ayer la publicación de los documentos por "irresponsable" y aseguraron que podía poner en peligro a sus soldados. Según el relato publicado ayer por The Guardian , el Pentágono, que hacía tiempo que era consciente de la filtración, intentó reunirse con Assange para negociar, pero este se negó.