Tras la extrema prudencia y la inhibición propia de un diplomático temeroso de molestar a sus anfitriones demostrada la víspera en Jerusalén, Benedicto XVI ofreció un perfil muy distinto al adentrarse en los territorios palestinos. El Papa se enfundó el traje de estadista y abordó cada uno de los asuntos políticos que marcan la realidad palestina.

Para sus interlocutores fue un concierto de música celestial. El Pontífice apoyó sus "aspiraciones legítimas" a un Estado, abogó por "levantar el embargo de Gaza", se refirió al muro como un hecho "trágico" e insinuó la vulneración de los derechos palestinos. Toda su jornada transcurrió en Belén, la única ciudad administrada por la Autoridad Nacional Palestina que suelen visitar los peregrinos que recalan en Tierra Santa.

Para entrar en la cuna de espinas de la cristiandad, a solo 10 kilómetros de Jerusalén, el Papa atravesó el muro de hormigón de ocho metros de altura que rodea la ciudad, pasó bajo las torretas militares israelís, las alambradas y los portones metálicos. "El muro", dijo más tarde, "es el descarnado recordatorio de la parálisis a la que han llegado las relaciones entre israelís y palestinos". Durante sus discursos, Benedicto XVI tuvo constantes gestos para la población de Gaza. "Transmitirles a vuestras familias y comunidades mi dolor por el sufrimiento que habéis tenido que soportar", les dijo a los peregrinos de la franja durante su misa en la plaza de la Natividad.

PALABRAS DE ALIENTO Allí había palestinos de todos los rincones de su mapa fragmentado y a menudo insalvable. No escatimaron vivas al Papa y a Palestina. "Estar seguros de que contáis con mi solidaridad", añadió, "y con mis oraciones para que el embargo se levante pronto".

Joseph Ratzinger reafirmó la posición del Vaticano a favor de una solución al conflicto basada en dos estados. "La Santa Sede apoya el derecho a una patria palestina soberana en la tierra de sus ancestros, segura, en paz con sus vecinos y en las fronteras internacionalmente reconocidas". Nada nuevo, pero sí una reafirmación tras la escueta vaguedad con la que se expresó en las jornadas precedentes en Israel. Más valiente fue su mensaje dirigido veladamente al Gobierno hebreo reclamándole "una mayor libertad de movimiento" para los palestinos, "para que las familias puedan tener contacto y acceder a los lugares sagrados".

LIMITES A LA MOVILIDAD Y fue más allá: "Los palestinos, como cualquier otro pueblo, tienen el derecho natural a casarse, formar familias y tener acceso al trabajo, la educación y la salud". Si bien no fue más específico, puede interpretarse como una condena a las trabas que Israel impone a los palestinos para acceder a Jerusalén o viajar entre Gaza y Cisjordania. Solo pueden hacerlo con permisos que, cuando se conceden --un privilegio negado a los jóvenes--, suelen ser muy breves.

El Papa habló del muro en el campo de refugiados de Aida, donde viven 30.000 personas, entre ellos, algunos cristianos, que vieron como sus casas fueron destruidas o confiscadas en 1948. A última hora, el Vaticano, bajo presiones de Israel, cambió unos metros la posición del estrado desde la que debía hablar el Pontífice porque se veía una torreta militar, el muro serpenteante y una gran llave simbolizando la reclamación palestina del derecho al retorno. La intimidante presencia de hormigón, que se apropia del 12% de Cisjordania en nombre de la seguridad, no desapareció de su discurso: "En un mundo donde cada vez más fronteras se abren es trágico ver como los muros siguen erigiéndose".