"Mi hijo me pregunta qué es un misil, cómo explota, cómo es un bombardeo. El me pregunta y yo es que no sé como responder". Atenazado por esa falta de respuestas, Yaser, un funcionario iraquí, reconoce que su inquietud aumenta a medida que se acerca la guerra. "Yo ya he vivido --explica-- dos guerras y sé cómo son las cosas, pero tengo un hijo de siete años y me preocupa cómo lo va a vivir él".

Y es que la calle iraquí es el mejor barómetro para medir la inminencia del ataque. Hasta ahora, la vida era más o menos normal. En cambio, en los últimos días, los indicios de que el conflicto está a la vuelta de la esquina comienzan a multiplicarse. El dinar iraquí ha caído de golpe. Ahora, por un dólar dan casi 2.600, 400 más que hace unos pocos días.

Ahora sí, la gente ha empezado a hacer acopio de comida y agua. El precio de las botellas de agua mineral ha subido, lo mismo que el de algunos tipos de verduras y carne enlatadas. "Mi mujer fue ayer al mercado y ya lo ha comprado todo", dice Brahim, un mecánico que, tras mucho pelear, ha tenido que acabar obligando a sus hijas a marcharse a Jordania.

BARRICADAS COMO SETAS

Las barricadas de sacos terreros se han multiplicado en las esquinas y lugares más estratégicos. Su incremento es paralelo al del número de militantes armados del partido Baaz, que en gran número rodean ahora los numerosos ministerios y edificios gubernamentales.

Pero lo más sorprendente de todo es que, ni siquiera en estos días previos al bombardeo, los iraquís muestran el más mínimo sentimiento antioccidental. Con todos los europeos y estadounidenses, los iraquís siguen mostrándose encantadores y hospitalarios. Y hoy, como ayer, cuando se encuentran a un español lo primero que le siguen preguntando es: "¿Barcelona o Madrid?".