Corea del Sur ya se prepara para la nutrida delegación del norte que honrará sus Juegos Olímpicos de febrero. La decisión se confirmó ayer durante la primera reunión oficial entre Seúl y Pionyang en más de dos años. La cuestión olímpica era solo logística, la sustancia estaba en la foto de una mesa a la que se sentaron los representantes de una nación de hermanos que no se ha sacudido las estructuras de la guerra fría.

La ausencia de conversaciones desde que Seúl perdiera la paciencia con el cuarto ensayo nuclear norcoreano en el 2015 había disparado la expectación. El convoy norcoreano arribó al pueblo de Panmunjon, enclavado en la franja militarizada de la frontera, y pasó a la orilla surcoreana. Las delegaciones de cinco hombres fueron lideradas por Cho Myung-gyon, ministro de Unificación surcoreano, y Ri Son-gwon, encargado de las relaciones con el sur. Todos se estrecharon las manos con francas sonrisas. «Demos a la gente un precioso regalo de Año Nuevo», pidió Ri. «El pueblo tiene un poderoso deseo de que el norte y el sur se muevan hacia la paz y la reconciliación», contestó Cho.

Solo dos deportistas norcoreanos participarán en los Juegos, pero no se sentirán solos. La delegación estará completada por funcionarios, animadoras, artistas, observadores y periodistas. No se descarta que acuda Kim Yo-jong, hermana del líder y con poder creciente. Es probable que sean alojados en un barco anclado a una hora de la sede olímpica para que puedan ser controlados. El deshielo no es suficiente aún para que Seúl deje campar por sus calles a decenas de norcoreanos.

Seúl aprovechó para colar otras sugerencias. Ha trascendido que Pionyang reactivará la línea telefónica entre los altos mandos militares para aliviar las tensiones y evitar que un incidente crezca hasta lo incontrolable. También se sabe su negativa radical a negociar la desnuclearización de la península. Ambas decisiones eran esperadas.

En el comunicado conjunto no se aclara su respuesta a otras peticiones ajenas al orden del día: la reanudación en febrero de los encuentros de los familiares separados en la guerra y el desfile conjunto en las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos. La última tiene una marcada simbología porque solo lo hicieron durante el periodo de acercamiento o sunshine policy de las presidencias progresistas surcoreanas (1998-2008) que permitieron una década extrañamente relajada.

Maniobra dilatoria

Las conversaciones fueron aplaudidas por Moscú y Pekín. En EEUU, en cambio, muchos las ven con recelo porque rompen el eje con Seúl y la desdeñan como una maniobra dilatoria de Pionyang. «Moon Jae-in [presidente surcoreano] parece tener una relación razonable con Trump y creo que EEUU y Corea del Sur comparten el convencimiento de que las sanciones deben seguir. Así que el asunto real es si este diálogo sobre temas olímpicos se mueve hacia otros más amplios, como las armas nucleares», señaló Stephan Haggard, autor de varios libros sobre Corea del Norte.

El diálogo no nace en la presión estadounidense por más groseras atribuciones del mérito que encadene Donald Trump, sino en la paciencia de Moon. El presidente se ha fijado como misión vital la normalización de las relaciones, sin importarle cuántas bofetadas reciba del norte o críticas por tibio de su electorado o de Washington. Las próximas semanas medirán de nuevo su temple en un proceso que, con Corea del Norte por medio, puede descarrilar en cualquier momento.