Una silla vacía presidirá hoy la entrega del Nobel de la Paz en Oslo. Por primera vez desde 1936, el galardonado no recibirá el premio personalmente, y ni siquiera se espera que pueda recogerlo ningún familiar o amigo. Esa es la victoria de China. A cambio, ha revelado la distancia que le separa del resto del mundo y mostrado signos de alejamiento de la realidad.

Pekín reservó las críticas más afiladas para la víspera de la ceremonia del premio a Liu Xiaobo, disidente chino condenado a 11 años de cárcel tras pedir reformas democráticas en su país. El Ministerio de Asuntos Exteriores repitió ayer la teoría de que el premio y las críticas a su política de derechos humanos solo pretenden frenar el auge de China.

"Esos intentos están condenados al fracaso", vaticinó. Aclaró que Liu no está encarcelado por sus "comentarios" sino por publicar en internet artículos "inflamados" que buscaban tumbar la autoridad política y el sistema social. Llamó "arrogante e irracional" a la Cámara de Representantes estadounidense, que el día anterior reconoció la labor de Liu y pidió su liberación, por "distorsionar la verdad y entrometerse profundamente en los asuntos internos" de China.

La campaña diplomática china ha logrado que 19 países no manden representantes a Oslo. Son en su mayoría naciones con dependencia económica de China o que comparten la hostilidad hacia las presiones occidentales sobre derechos humanos. Los gobiernos serbio y filipino recibieron fuertes críticas por sumarse al boicot y Colombia se planteaba abandonarlo.