Silvio Berlusconi cierra el año con el labio partido, la nariz y dos dientes rotos y tal vez con la duda de que su intento de gobernar como si fuera un monarca no está resultando eficaz. Podría jubilarse, aunque no parece tener intención de ejercer solo de abuelo. Durará todavía, pero ha desilusionado a los poderes que cuentan.

Una mayoría de italianos está encandilada con su filosofía de apostar por la suerte, pagar pocos impuestos, disminuir los poderes de los jueces, de la oposición y de la iglesia católica, aliviar los controles y silenciar a los que critican. Berlusconi preferiría la época predemocrática, sin parlamentos y la justicia como opcional, cuando Montesquieu aún no había teorizado la división de los poderes como organización ideal de una sociedad civilizada.

Será una ocasión perdida, porque después de la mayoría absoluta conseguida en 1948 por la Democracia Cristiana, gracias a los dólares y a los alimentos que llegaron de EEUU y a los sermones de los curas católicos, nadie desde entonces había tenido tanto poder para modernizar el aparato público del Estado.

TODOS ENEMIGOS El centroderecha ganó las elecciones generales del pasado año con 101 diputados más que los progresistas, pero 18 meses después los partidos en la oposición han amenazado con coaligarse entre ellos en defensa de las instituciones de la República, aunque la mayoría resultase contra natura. El centroderecha sigue rozando el 40% del electorado y los progresistas convencen a menos del 30%. Sin embargo, aun cuando funciona, el Gobierno de Berlusconi provoca apasionadas y dramáticas divisiones nacionales. La agresión del domingo puede ser una metáfora de lo que una parte de los italianos querría hacer a Berlusconi, pero también de lo que la otra parte desearía hacer a los primeros.

El carisma de Berlusconi no ha sido suficiente para mejorar la situación, porque se basa en el principio, ya sepultado, que acuñaron los neoconservadores de EEUU en la era de George Bush: "O conmigo o contra mí". Ya no hay adversarios, sino enemigos, sean jueces, periodistas, minorías o el jefe del Estado.

Gobernar a los italianos, que no han asimilado del todo el Estado central, no es fácil y a Berlusconi le está resultando en apariencia imposible. Al hándicap de ser un empresario, es decir, poco acostumbrado a la mediación que exige la política, se suma que su primera legislatura completa (2001-2006) coincidió con las consecuencias del 11-S y que, en la actual, se ha producido la peor crisis económica mundial, que en Italia ya ha dejado más de un millón y medio de parados (8,2%).

El año que termina es el peor de su carrera. Un abogado ha sido condenado en primera instancia por haber sido corrompido directamente por el político. Entre octubre y noviembre el Parlamento cerró sus puertas durante dos semanas por falta de trabajo. En compensación, sus señorías han votado 27 mociones de confianza al Gobierno, que han sustituido 27 debates sobre nuevas leyes. El Tribunal Constitucional le ha suprimido la inmunidad y dos procesos le esperan ahora en Milán.

Después de haber aprobado 18 leyes que directa o indirectamente le favorecen, sus abogados preparan nuevas normas para librarle de la justicia para siempre. Su esposa ha pedido el divorcio, lo que ha destapado el mayor jolgorio frívolo-erótico-sexual de la República.

CONFLICTOS MULTIPLES La Liga del Norte, su aliado más fiel, tiene soliviantadas a las jerarquías vaticanas --un poder fáctico de Italia-- por sus políticas contra la inmigración. Uno de sus diarios (Il Giornale ) acusó de homosexualidad a Dino Boffo, director de Avvenire , diario de la Conferencia Episcopal, cautivo por criticar moderadamente la conducta de Berlusconi, lo que llevó a su dimisión. Meses después el diario se retractó.

Gianfranco Fini, presidente del Congreso y líder de Alianza Nacional, partido ahora fusionado con Forza Italia de Berlusconi, ejerce de bombero cuando el primer ministro ataca a las instituciones. Es decir, hace lo contrario del Gobierno. Si Fini se marchase, le seguirían entre 25 y 50 diputados conservadores.

Lo peor de la crisis mundial ha pasado, pero las consecuencias permanecen. El déficit ha subido al 5%, la deuda pública alcanzará entre el 2010 y el 2011 el 118% del PIB, según la patronal, la renta del 50% de las familias ha descendido por debajo de los 26.000 euros anuales y el 10% de las familias posee el 45% de la riqueza nacional neta. La evasión fiscal ya roza los 200.000 millones por año.

En un país de masonerías varias, mafias, creativos, precarios de por vida, jóvenes sin representación política, investigadores punteros, políticos de primer orden y una economía basada en las pymes, la realidad resulta más compleja que el binomio odio-amor de Berlusconi. Il Cavaliere fracasará por haber ignorado esta realidad y no porque sus adversarios ofrezcan una opción más atractiva.