Muros de mármol blanco. Una imponente cúpula azul. Algunos muebles en un vestíbulo inmenso. Y una pantalla gigante de televisión. A los periodistas extranjeros que ayer pudieron entrar en el palacio de Sijud --que en realidad no es un palacio sino una de las ocho fortalezas que Sadam Husein tiene en el país y cuyos recintos albergan varios palacios y otros cientos de edificios-- no se les permitió permanecer más de un cuarto de hora.

Este espacio de tiempo no es suficiente para desvelar los secretos de Sadam. El recinto de Sijud se extiende por decenas de hectáreas al borde del Tigris. Al final de una alameda con palmeras, el palacio blanco, con motivos arquitectónicos islámicos, es una de las suntuosas mansiones de Sadam. El líder iraquí lo utiliza para recibir a sus huéspedes de postín, mientras que se reserva para él el palacio de la República, también en Bagdad.

En el centro del vestíbulo de entrada, octogonal, que se eleva sobre tres plantas, una maqueta muestra el estado en que quedó el palacio tras los bombardeos de 1991. Otra maqueta muestra su estado actual, perfectamente restaurado.

Sobre los muros de mármol, están esculpidos versos que ensalzan el esplendor de Bagdad y de Irak. No hay ningún retrato de Sadam, cuyo rostro se hace omnipresente en la vida de los ciudadanos iraquís.