El descrédito al que se enfrenta Washington por el caótico desarrollo de la posguerra iraquí puede producirse no sólo en el campo diplomático internacional, sino también en un terreno mucho más peligroso para las aspiraciones electorales del presidente George Bush: su propio país. La divulgación de decenas de fotos de féretros de soldados estadounidenses muertos ha causado gran controversia. Las imágenes pueden despertar adormiladas conciencias sobre el devastador efecto de la guerra.

Al comienzo de la invasión de Irak, en marzo del 2003, el Pentágono puso fin a la cobertura periodística de las ceremonias que rodean el retorno de los muertos a la base Dover de la Fuerza Aérea, en Delaware. Pero Russ Kick, que dirige una página de internet denominada Memory Hole (El agujero en la memoria, www.thememoryhole.org) solicitó, amparándose en la ley de libertad de información, que la Fuerza Aérea le entregara las fotografías, que colgó la semana pasada en la red.

INTERES MEDIATICO En un país que no ha visto por decisión ejecutiva ni uno de sus soldados muertos desde la primera guerra de Irak (1991), la publicación de 361 imágenes desató el interés de todos los medios de comunicación, y de la red las imágenes saltaron a portadas como la de The New York Times . Y ocuparon amplio espacio en la televisión.

La Administración de Bush argumenta que la negativa a difundir las fotos es para proteger los restos de sus soldados "de cualquier tipo de atención sin garantías o indigna".

Sin embargo, familiares de los fallecidos apuestan por que se publiquen las imágenes. "Necesitamos dejar de esconder las muertes de nuestros jóvenes, necesitamos ser claros", dijo Jane Bright, que perdió a un hijo de 24 años.

La polémica creció al trascender el jueves que una empresa de transportes contratada por el Pentágono había despedido a una empleada que fotografió una veintena de ataúdes cargados en un avión, para su retorno a EEUU desde Kuwait. La fotografía fue publicada el pasado domingo en la primera página del diario The Seattle Times .

Junto a todos esos féretros con cadáveres anónimos, ayer una muerte atrajo la atención de todo el país. Pat Tillman, un jugador de fútbol americano que tras los atentados del 11-S abandonó su contrato de más de tres millones de euros (500 millones de pesetas) para unirse a las Fuerzas Especiales, falleció el jueves en Afganistán.