Los protibetanos no dan respiro al Gobierno chino. El distrito de Ganzi, en la región de Sichuan, un área montañosa de mayoría tibetana en el oeste de China, es el último escenario del estallido de las protestas de activistas que han logrado romper la férrea seguridad y se han echado a la espalda el duro castigo que, con toda probabilidad, les espera. Sabedores de que todo el mundo tiene sus ojos puestos en el anfitrión de los Juegos Olímpicos, los tibetanos, día sí día también, siguen reivindicando el respeto a sus derechos históricamente reprimidos por China y el reconocimiento de su identidad.

Los datos llegan con cuentagotas a través de una agencia de noticias de Sichuan que recoge la versión de un policía que relata cómo se vieron obligados a disparar para controlar a los manifestantes después de que uno de los oficiales fuera "gravemente herido". Por su parte, una organización independentista tibetana con sede en Londres aseguró, citando fuentes presentes en la región, que las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra 370 monjes y 400 activistas tibetanos. Ocho tibetanos murieron.

La maquinaria represora del Gobierno trabaja a marchas forzadas y, con el objetivo de intentar mantener el control, se han implantado los juicios rápidos. Los responsables de los tribunales regionales han aclarado que respaldarán las medidas a través de sus veredictos y reforzarán la campaña del Gobierno contra el dalái lama, al que acusan de propiciar las revueltas.