Frente a la iglesia de Santa Ana, la más impresionante de la ciudad vieja de Varsovia, ya se ha retirado la pantalla que en los últimos días ha permitido seguir las misas desde la calle a los miles de habitantes de la capital que se acercaban a rezar y se encontraban el templo desbordado. Pero ayer seguía siendo difícil encontrar un hueco en sus bancos.

Aunque la enorme tradición católica de Polonia es de sobra conocida, la exaltación cristiana que vive su pueblo desde el accidente del pasado sábado en el que falleció parte de la élite del Estado es solo comparable con la que vivieron los polacos tras la muerte del papa Juan Pablo II. Todas las iglesias de Varsovia, sin excepción, han ampliado estos días sus servicios para satisfacer las necesidades espirituales de los ciudadanos.

Todas, y no son pocas, tienen al menos una decena de fieles rezando en su interior a cualquier hora del día. "¡Qué otra cosa podemos hacer!", responde la mayoría. Hasta casi la medianoche se alargaron el domingo algunas misas.

Cuando terminan los servicios quedan las vigilias frente al palacio presidencial. La capilla ardiente con los restos del presidente Lech Kaczynski, que se abrió ayer, mantenía la afluencia de visitantes que se contaban por centenares. Además, hoy está previsto que llegue a Polonia el cuerpo de su mujer, Maria, fallecida también en el accidente del sábado, por lo que es de esperar que las vigilias continúen. Los soldados que hacen guardia ante el palacio comenzaron ayer a retirar algunas de las miles de velas que abarrotan la puerta, pero el esfuerzo es en vano. Cada vela que retiran es reemplazada al instante desde otro rincón.

Oraciones a media voz

El ambiente está cargado a todas horas de misticismo y oraciones a media voz. Algunos grupos ultracatólicos no han perdido la oportunidad de convertir a la multitud silenciosa en público involuntario de sus sermones. Otros forman sus propios círculos con guitarras y atraen hacia sí a los que aún tienen ganas de cantar. "Lo ocurrido es nuestro tsunami. Tenemos que reflexionar qué hemos hecho mal para merecer este castigo de Dios", grita el cabecilla ante un nutrido grupo.

A las misas normales se suman, además, estos días servicios en memoria de los fallecidos. Ante las dificultades en la identificación de los cuerpos que, según se supo ayer requerirá tiempo y laboriosas pruebas de ADN, los que han perdido a alguien no se resignan a esperar a los entierros para rezar por las almas de sus seres queridos. Tampoco las instituciones esperan para honrar a aquellos que han perdido. Es el caso del Ejército con sus curas.

En la puerta de la catedral de la Armada Polaca se amontonaban ayer por la tarde decenas de uniformes de todos los cuerpos del Ejército. A las cinco debía comenzar la misa por dos de los fallecidos en el accidente, el obispo militar Tadeusz Ploski y el padre Jan Osinski, también al servicio del Ejército. Minutos antes, un grupo de jóvenes soldados fumaba en silencio frente al monumento a los Héroes del Levantamiento de Varsovia. "Para nosotros todo esto es muy duro porque ha muerto toda nuestra cúpula", decía un joven militar para añadir: "Lo que se vive en los cuarteles es indescriptible. Hay una sensación de estar perdidos, huérfanos".

Todo el país se pregunta cómo pudo permitirse que el jefe del Departamento de Seguridad Nacional, el jefe del Estado Mayor y los jefes de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire viajaran en el mismo avión. La primera medida anunciada ayer por el presidente polaco en funciones, Bronislaw Komorowski, fue la de estudiar posibles cambios en la normativa de viaje para los altos cargos del Ejército.