Desde que entró en el Elíseo el pasado 16 de mayo, Nicolas Sarkozy ha podido comprobar cómo su popularidad se mantiene intacta. Ni su estilo excesivo, ni la economía poco boyante, ni el malestar sindical le pasan factura 100 días después. La última encuesta de LH2 para Libération indica que el 65% de los franceses aprueban su política.

Sarkozy ha reformado la fiscalidad y la universidad, ha impuesto a los sindicatos una ley de servicios mínimos, ha endurecido las penas de los delincuentes reincidentes, ha incorporado a insignes socialistas al Ejecutivo, ha sacado adelante su tesis de un tratado simplificado para salvar la Constitución europea y ha incorporado su atlantismo a la hasta ahora reticente política internacional de Francia con EEUU. Sarkozy se ocupa de todos los frentes y rompe el protocolo cada vez que le viene en gana, hasta el punto de no dejar apenas espacio a su primer ministro, François Fillon. "Es un colaborador, el patrón soy yo. No seré nunca un presidente estático, no haré ese papel ridículo de exigir al primer ministro que reduzca el paro", declaró.