Puede que esta vez realmente venga el lobo. Ahmed Qurei, alias Abú Alá , lleva dimitiendo casi desde el día en que fue nombrado primer ministro, tras la marcha de Mahmud Abbas, alias Abú Mazen . En este tiempo, Qurei --uno de los cerebros de Oslo-- no ha hecho ni bueno ni malo a Abbas ya que casi no ha hecho nada.

Cuando dimitió, Abú Mazen culpó a Israel, a EEUU, a Arafat y a las televisiones árabes. Eran los tiempos de la Hoja de ruta , unos meses de contactos para la galería que nacieron con la cumbre de Aqaba. Abú Alá no tiene a quién culpar. El proceso diplomático durante su mandato se ha basado en el plan unilateral de separación de Ariel Sharon. Sus reuniones con el Cuarteto (EEUU, UE, ONU y Rusia) trataban casi en exclusiva de la negativa de Arafat a ceder el poder de las fuerzas de seguridad. A la protesta popular contra el muro sólo ha contribuido asistiendo a una manifestación en Abú Dis.

El único candidato

El mejor activo de Qurei para llegar a primer ministro fue que no había nadie más. Del clan de los tunecinos que rodea a Arafat y que irrita a amplias capas de población palestina era, después de Abbas, el más aceptable. Por supuesto, el rais hará lo que pueda y prometerá lo que haga falta para que Qurei se mantenga en el puesto. Si desaparece del mapa político el segundo de los dos Abús, Arafat se quedará solo, sin escudos.

Qurei, un político con alma de aristócrata, está cansado. Tiene negocios, un corazón débil y una vida arreglada. Por eso puede que ahora sí venga el lobo de verdad.