Con el enfático respaldo norteamericano y de la OEA y, en lo interno, de la policía y los militares, el presidente boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada, intentaba ayer lo que a juicio de algunos analistas parecía difícil: recuperar la iniciativa política a casi un mes del inicio de las protestas que buscan su dimisión. La guerra del gas --como se llaman las masivas movilizaciones que, en un principio, giraban en torno al rechazo a la venta de esos recursos energéticos a EEUU-- ha causado ya 63 muertos en menos de un mes, contando los 28 del reciente lunes negro y la víctima de ayer.

De acuerdo con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la cifra puede ser mayor debido a la cantidad de heridos de bala que se hallan en estado grave. El Goñi , como se conoce al presidente, que asumió el poder en agosto del 2002 con el 22% de los votos y que goza de una popularidad inferior al 9%, redobló sus esfuerzos para evitar el desplome de su coalición. El lunes, su vicepresidente, Carlos Mesa, y cuatro ministros, decidieron retirarle su apoyo. El presidente pugnaba ayer por retener como aliados a Nueva Fuerza Republicana y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de Jaime Paz Zamora.

INTRANSIGENCIA PRESIDENCIAL

El Gobierno resolvió a su vez mostrarse más intransigente con los opositores e inició acciones penales por sedición contra quienes pidieron la renuncia presidencial. A la par se intensificó la vigilancia de los principales centros urbanos (Oruro, Santa Cruz, Potosí y Cochabamba), donde ya se empezaron a dar señales de un incremento de las protestas.

A media tarde de ayer, la capital boliviana parecía una ciudad desierta, salvo por la presencia de decenas de tanquetas y carros de asalto que iban en pos de los esporádicos mítines. El transporte no funcionaba. Había calles y avenidas bloqueadas con montículos de piedras. Los hospitales no daban abasto. De hecho, la situación de colapso sanitario causó la muerte de tres bebés.

Los comercios estaban casi todos cerrados y los que osaron abrir no tenían mercancías a la venta. Faltaba también el combustible. Lo que abundaba, en cambio, era el temor a nuevos saqueos, de los que ni siquiera se salvaron las mansiones celosamente custodiadas del presidente y de Paz Zamora. Un horizonte de nuevos disturbios en La Paz seguía latente.