Lee Myung-bak habló al fin. Seis días han tardado los surcoreanos en escuchar a su presidente en la mayor crisis del país en décadas. En un discurso televisado, Lee se aferró a la línea dura. Dijo que el bombardeo norcoreano de una zona civil era "un crimen inhumano", lamentó profundamente no haber protegido las vidas de las cuatro víctimas de la isla de Yeongpyong y prometió que Corea del Norte "pagará un alto precio" por la siguiente provocación, aunque no aclaró cuál.

"No podemos ser pacientes ni generosos, solo traería más provocaciones", terminó. Los clientes de una céntrica cafetería de Seúl mostraban ayer menos atención a su discurso que al soleado día que derretía la nieve caída la jornada anterior.

El tono duro era necesario ante las críticas. Lee defendió desde que llegó al poder en el 2008 actitudes más beligerantes con Pyongyang, alineó su diplomacia con Washington y finiquitó las políticas de acercamiento que funcionaban. La crisis le ha descubierto como un líder débil. Su beligerancia dialéctica contrastó con su reacción tardía y tibia al ataque norcoreano.

Dos encuestas de diarios locales revelan la preocupación por la violencia norcoreana y las críticas a la mustia reacción militar. Siete de cada diez apoyan la respuesta armada puntual, pero más de la mitad prefieren políticas conciliadoras. Lo contrario de lo mostrado por Lee.

El segundo de los cuatro días de maniobras militares surcoreanas y estadounidenses terminó sin sobresaltos. El riesgo a un enfrentamiento militar disminuye, pero la vía diplomática tendrá difícil recomponer los lazos.

ESFUERZOS BALDIOS DE CHINA Los esfuerzos chinos por recuperar las conversaciones a seis (que pretenden cambiar el programa nuclear norcoreano por reconocimiento y ayuda) son baldíos. Seúl y Washington han mostrado sus reservas. Japón dijo ayer que era "inaceptable". Ni siquiera la ha aceptado aún Pyongyang, lo que relativiza la influencia que se le atribuye.

Después de que Washington pidiera varias veces más implicación a Pekín, esta le devolvió ayer la petición, sobrepasada por la homérica labor de juntar a todos en la mesa de negociaciones. EEUU ha llevado al mar Amarillo el portaviones George Washington y cuatro barcos de guerra para unas maniobras militares que siempre han desquiciado a Pyongyang y molestado a Pekín.