El humor es lo último que se pierde. Al menos, eso es lo que demostró el presidente de EEUU, George Bush, el sábado por la noche, cuando acudió a la cena anual de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca acompañado de un imitador, encargado de entretener a la audiencia con una parodia de los pensamientos más políticamente incorrectos del líder de la Casa Blanca. "Hoy me siento más animado porque he sobrevivido a la remodelación del Gabinete", confesó el falso Bush ante la hilaridad general, apoyado en un podio gemelo al del líder de la Casa Blanca.

"Aquí estoy, en otra de esas cenas de prensa, cuando podría estar en casa durmiendo", decía resignado el doble, el cómico Steven Bridges, que había sido maquillado para parecerse más al presidente. "A mí me encantan estas cenas, como todos ustedes saben", decía paralelamente el verdadero Bush, arrancando carcajadas a los 2.600 periodistas, políticos y famosos del cine y la televisión que acudieron a la gala, cuyo invitado de honor es el presidente del país desde 1924.

Laura "está buenísima"

"Estoy absolutamente encantado de estar aquí, y lo mismo Laura", continuó el verdadero Bush, mientras el falso apostillaba por su cuenta sobre la primera dama: "Está buenísima, muy caliente". Dispuesto a no dejar títere con cabeza y derrumbado sobre el podio, el falso Bush arremetió contra el vicepresidente Dick Cheney y hasta confesó su desprecio por los comensales. "No son más que un puñado de gente de prensa, liberales de Hollywood y demócratas... Pero, ¿por qué no puedo cenar con el 36% de la gente que me respalda?", musitó pensativo ante el coro de risas. "Lo único que falta es Hillary Clinton sentada en primera fila, haciendo muecas", se dijo, resignado.

Bush, que no perdió en ningún momento su papel de líder serio frente a las embarazosas confesiones de su alter ego, incluso bromeó presentando a su doble como "el hombre que protagonizó todos mis debates con el senador Kerry" durante la última campaña electoral del año 2004. Risas, desde luego, hubo muchas, hasta cuando George W. Bush decidió dedicar el final de sus 12 minutos de parodia sobre sí mismo a sus problemas de dicción en "temas serios" como la "proliferación nuclear", que en sus labios sonaba a "proliberación nuclear".