Hasta hace menos de un mes, Eric Woerth era la discreción personificada. Trabajador infatigable, concienzudo, hábil negociador y fiel escudero de Nicolas Sarkozy. El hombre ideal para las misiones difíciles. Tras poner en orden las finanzas como titular del Presupuesto, tarea que desempeñó entre el 2007 y el pasado abril, fue propulsado a Trabajo para ocuparse de una de las reformas más delicadas: alargar la edad legal de jubilación de 60 a 62 años.

Habida cuenta del desgarro de la medida --el sistema de pensiones es un emblema del Estado del bienestar francés-- este alpinista de 56 años capeaba la tormenta con notable éxito. Hasta que le alcanzó el caso Bettencourt . Y toda su fama de irreprochable primero de la clase empezó a tambalearse. Hasta entonces había compatibilizado su cargo de tesorero del partido de Sarkozy con el de ministro sin que ello fuera motivo de crítica alguna. Como titular del Presupuesto, se erigió en martillo de los evasores de impuestos. Los persiguió blandiendo una lista de 3.000 titulares de cuentas opacas en Suiza. Entre ellos, no figuraba la heredera de L´Oréal, acusada de poseer dos de estas cuentas con 79 millones de euros.

La esposa de Woerth, Florence, también pasó desapercibida hasta que salió a la luz que trabajaba para la empresa que gestiona la fortuna de Bettencourt. Y el que se definía como un "hombre gris" se encontró bajo todos los focos.