THtay ciudades que se pueden localizar con facilidad solo en los mapas. Hay otras difíciles de situar con parámetros geográficos pero que tienen su imborrable sitio en el tiempo. Entre ellas, la más fácil de encontrar es Atenas, simplemente porque "está en el principio del todo", como en una de sus visitas apuntó Borges.

Atenas siempre era la ciudad a la que volvía. Para recordarme o perderme, o, simplemente, para olvidar algo o a alguien. Iba en avión, coche o barco y siempre acababa en la Plaka o entre las plazas Sintagma y Omonia, de donde no me movía durante los días que pasaba en la ciudad. Recordaré Atenas por las calles siempre llenas de gente ruidosa como en una manifestación permanente. Mucho ruido, pocas nueces, diría el refrán. Hasta las últimas protestas de los jóvenes, valientes y atrevidos, que conmovieron a todo el país y más allá de Grecia.

Las imágenes de la protesta juvenil también me recordaron mi última visita al "principio del todo", ya hace casi 30 años, cuando, subiendo hacia la Acrópolis, como millones de personas antes y después, en la grieta de un muro milenario dejé un papelito con un mensaje y un deseo. Pero, a diferencia de la mayoría, el mensaje iba dirigido a mí mismo, con la esperanza de que se cumpliera hasta el día de mi próxima visita. Pensaba volver pronto, pero la vida tenía sus planes y el trabajo, la familia, la guerra, la emigración, el refugio, la lucha de empezar de nuevo y sobrevivir no me dejaron la posibilidad de confrontar mi presente con los deseos de la juventud.

Pero, aprovechando un vuelo barato, dentro de unos días voy a Atenas. De nuevo subiré la misma colina, encontraré el mismo muro (si allí estaba hace miles de años, seguramente todavía esté), posiblemente encontraré mi grieta, pero ya sé que dentro no estará ni el papelito ni el mensaje ni la ilusión ni la esperanza con que un joven se escribió a sí mismo, futuro y desconocido. En el papelito, prestado de un gran poeta croata, estaba escrito: "Hombre, no andes encogido debajo de las estrellas".

La vida ha hecho todo lo posible para que el deseo que formulé no se cumpliera. Pero, una vez en Atenas, en una nueva grieta del viejo muro, escribiré lo mismo. Qué otra cosa podría hacer.

Sin embargo, esta vez el deseo no será para mí: ya hace tiempo que, sin deseos, estoy bajando la colina. Más bien será para mis hijos y para todos los jóvenes y rebeldes de Atenas que no se conforman con escribir papelitos y ponerlos dentro de los muros, esperando que el destino les ayude, sino que se dedican a romper los muros.

Con la cabeza, si hace falta.