Los camisas rojas partieron de Bangkok esta semana sin preocuparse por la reconstrucción que exigirán sus dos meses de protesta. No es probable que esos misérrimos campesinos se alojen en los hoteles de cinco estrellas ni compren en las boutiques de lujo del distrito comercial arrasado cuando reabran. Tampoco que sus provincias del norte, sin playas, noten en exceso la caída del turismo. Ni que sus arrozales, patos y pollos sufran la falta de confianza de los inversores internacionales, ahora en huida. Es justo: tampoco han sacado tajada del auge durante décadas de la segunda economía del Sureste Asiático.

FACTURA ALTA Más de un millón de euros costará la reforma de los 35 edificios del centro de Bangkok, quemados por la furia de los rojos tras el desalojo del campo rojo . Pero la factura será más alta. Abrir los informativos globales con escenas de guerrilla urbana y tiros es una publicidad ruinosa para un país donde el turismo supone el 7 % del PIB y emplea al 20% de la población. El país de las sonrisas tardará en recuperarse, sostienen los expertos. La previsión de turistas anuales ha bajado de 16 a 13 millones, según datos optimistas.

Los hoteles sufrieron cancelaciones en masa. La ocupación es del 9% en el elitista Sofitel Silom, que ahora permite el regateo. Le perjudica el nombre: en la Avenida Silom tenía un acceso el campo rojo . "Los turistas ignoran que la calle atraviesa toda la ciudad y el campo quedaba muy lejos", lamenta Sasakorn Mongkolklee, directora financiera.

EVITAR DESPIDOS Mongkolklee desmenuza un año y medio calamitoso: los efectos de la protesta en diciembre del 2008 de los camisas amarillas , opuestos a los rojos , se sintieron en todo el 2009. Los trabajadores aceptaron una rebaja de sueldo para evitar despidos. La ocupación repuntaba a principios de este año al 60% cuando llegaron los rojos . "Esto ha sido mucho peor. El terrorismo que se ha visto no se olvidará fácilmente", vaticina. El hotel ahorra energía cerrando plantas y restaurantes, renegocia con los proveedores y ofrece tres noches al precio de dos. Todos los hoteles de la ciudad, asegura, padecen vacíos similares. Los turistas que llegan a Bangkok enlazan a destinos playeros sin pernoctar.

No hay datos oficiales de la contribución de la prostitución --oficialmente prohibida-- al PIB, pero cualquiera que haya estado aquí la intuye enorme. De noche, Patpong es probablemente el centenar de metros más concurrido de la capital desde que la película Emmanuelle revelara al mundo de lo que es capaz la musculatura vaginal. Una semana atrás, el estallido de una granada incrementó la presencia de soldados y disminuyó la de clientes. Desde el martes, el toque de queda obliga al cierre nocturno.

CAMIONES Y MASAJES De día hay camiones militares y dos casas de masajes abiertas. Tres jóvenes juegan a cartas en uno. "Antes teníamos 50 clientes diarios; ayer, dos. Más de la mitad de las chicas ya se ha ido a sus pueblos". Vienen de las provincias del norte, así que pregunto si sus camisetas rojas son solidarias. "No, son el uniforme. No me gustan los rojos , no dejan que el pueblo trabaje", responde una que dice llamarse Samantha.

Las zonas cercanas a lo que fue el campo rojo tardan en recobrar el pulso comercial. Muchos negocios continúan cerrados y el resto lamenta la falta de clientes. "En la ciudad no hay turistas y los tailandeses aún tienen miedo a salir de casa", resume Samran Kumsri, propietaria de una tienda de seda y cerámica tailandesa. Esta mujer ya tuvo que rebajar el género un 20% cuando las protestas empezaron, y el 50% después del desalojo. "No vendrían clientes ni aunque lo regalara. Eres el primero que entra hoy, y solo haces preguntas", se lamenta Kumsri.