Bombardearon toda la noche, no les importaba qué bombardeaban". De cuclillas, con el trauma dibujado en el rostro, en medio del polvo en suspensión, Mohsén Hachemi contempla cómo una excavadora retira los escombros del edificio, que se derrumbó como un castillo de naipes sobre uno de sus lados tras impactar el proyectil israelí. Allí, sostiene Mohsén sin derramar una lágrima, habían perecido la noche anterior una veintena de parientes, que formaban parte del balance de al menos 57 muertos --incluyendo a 37 niños-- provocado por un bombardeo nocturno israelí en Qana, al este de Tiro. Este tipo de tragedias, la peor desde el inicio de la ofensiva israelí, es ya cosa conocida para esta población ahora desierta, ya que en 1996, más de un centenar de refugiados en una posición de la ONU en Qana perdieron la vida durante un bombardeo israelí en plena operación militar Uvas de la Ira.

Alrededor de las dos de la tarde, bajo un sol abrasador, la recuperación de cadáveres de entre el edificio derrumbado parecía ralentizarse. Los últimos cuerpos en salir habían sido los de un niño de cinco años y un chico joven, explican los testigos. Sábanas manchadas de sangre, restos de ropa desgarrados, zapatos, algunos enseres y piedras es lo único que encontraban los miembros de la Defensa Civil y la Cruz Roja libanesa con sus palas, sus picos, e incluso sus manos con guantes de plástico, ya que, según los rescatadores, los cadáveres más difíciles de recuperar seguían bajo tierra.

Las camillas estaban preparadas para cuando aparecieran nuevos cuerpos. En medio del caos, una nueva excavadora, más potente y proporcionada por los cascos azules de la ONU, apareció para colaborar en los trabajos de desescombro.

Pese a que el techo de la planta inferior del edificio había sido apuntalado, esta amenazaba con venirse abajo y aplastar a quienes retiraban escombros. "Hay unos 20 muertos bajo las ruinas", explica Basam Mokdad, de la Cruz Roja libanesa, abrumado ante la magnitud de la tragedia.

Basam había pasado toda la mañana recuperando y trasladando cadáveres hacia Tiro, muchos de ellos sin heridas visibles. En su lugar, estos cuerpos aparecían cubiertos de polvo y con la piel azulada. "Eso quiere decir que la mayoría de las víctimas murieron asfixiadas entre los escombros, no debido a la explosión", asegura Basam. El edificio afectado era una construcción de tres plantas en las afueras de la población. Muchos de los que allí se habían refugiado, según Hachemi, procedían de la cercana localidad de Ain Baai.

CARRETERAS PELIGROSAS El proyectil israelí impactó sobre la 1.30 de la mañana en medio de una noche de bombardeos intensos. "Hubo gente que llamó a la Cruz Roja, pero esta no pudo venir hasta que se hizo de día porque la carretera era peligrosa; las ambulancias llegaron sobre las ocho", explica Mohsén.

Mohamed Shalhub, paralítico de piernas para abajo, se acurruca en unas manchadas sábanas en el hospital de Jabal Amel de Tiro, junto a su mujer Rabab y su hijo Hasán, que duerme, con la cabeza vendada y con desgarros en el rostro. Son unos de los escasos supervivientes del bombardeo. Pese a que ha perdido a su hermana Fatima, a su hermano Taisir y a su hija de seis meses, Mohamed accede, en un hilo de voz, a relatar lo que sucedió.

"Llevábamos 10 días allí refugiados; yo, que soy paralítico, no puedo conducir", explica, para justificar por qué no evacuó a su familia hacia un lugar más seguro. "Nos habíamos refugiado allí porque creíamos que los israelís no atacarían allí, un edificio de las afueras que tenía una planta inferior para esconderse".

Este hombre pasó toda la noche con algunos miembros atrapados bajo las piedras, sin poder moverse, hasta que pudo ser rescatado por la mañana por la Cruz Roja. "Soy musulmán y no siento odio; pero lo único que sé es que los israelís no pueden acabar con la resistencia islámica y por eso matan a civiles".