Sucedió hace ya casi tres lustros, concretamente en mayo de 1996. Al Qaeda era entonces una red en expansión, no demasiado conocida por el gran público, con santuario y campos de entrenamiento en un estado fallido llamado Afganistán, que gozaba de la hospitalidad de los nuevos hombres fuertes del país, los talibanes. Pero la organización de Osama bin Laden, aislada en los inhóspitos desiertos afganos, necesitaba de una base logística en el exterior, con comunicaciones telefónicas y aéreas decentes con el resto del planeta, un centro de comunicaciones desde el que proyectar su guerra santa hacia el mundo y desde donde coordinar ataques y transmitir órdenes de la cúpula.

Ese centro de comunicaciones acabó por instalarse entonces en el barrio de Madbah, en Saná, capital de Yemen, en la casa de Ahmed al Hada, un antiguo conocido de Bin Laden de la guerra contra las tropas soviéticas en Afganistán. Con el tiempo, el lugar adquiriría una enorme importancia dentro del organigrama de La Base.

"La casa se convirtió en el epicentro de la guerra de Bin Laden contra América, una base logística desde la que coordinar los ataques, una centralita para transmitir órdenes y un lugar seguro donde los comandantes se podían reunir para debatir operaciones y llevarlas a cabo", describe el periodista y escritor James Badford en su libro La Factoría en la Sombra. Desde ese lugar, sostiene el autor, se diseñaron o coordinaron acciones de gran envergadura, como el ataque contra el navío de guerra USS Cole en el 2000, en el que murieron 17 marineros estadounidenses, y los atentados contra las legaciones de EEUU en el Este de Africa de 1998, en los que perdieron la vida cerca de 230 personas.

Ha pasado más de una década y el reciente atentado fallido contra un avión que volaba a Detroit, por un nigeriano instruido en Yemen, ha puesto en evidencia la fuerte presencia de los yihadistas en el país más pobre y atrasado de todo Oriente Próximo. Para muchos, Al Qaeda, acosada en sus santuarios de Pakistán y Afganistán, ha abierto un nuevo frente en la lucha contra Occidente; para otros, se trata más bien de un regreso a sus raíces, de una vuelta al país desde donde irradió su influencia al resto del mundo, de un reencuentro con la cuna de parte importante de sus militantes, que hace dos décadas regresaron a su país de origen desde Afganistán, sin causa ya por la que luchar, tras derrotar a la URSS.

Condiciones ideales

Yemen ofrece en estos momentos unas condiciones ideales para que se establezcan milicias que pregonan la guerra santa. Es un país paupérrimo, con una inflación del 27%, un 40% de desempleo y un índice de malnutrición infantil del 46%, con un presidente --Alí Abdalá Saleh-- preocupado solo por mantenerse en el poder, que ha colocado a sus allegados en puestos clave del Ejército y el Gobierno y que ha diseñado un régimen de nepotismo y clientelismo. Su hijo Ahmed, sin ir más lejos, está al frente de la Guardia Republicana; sus sobrinos Tarik y Yahia dirigen las fuerzas privadas de seguridad del presidente.

Es, además, una sociedad conservadora y tribal, con grandes similitudes sociológicas con las zonas pastunes de Pakistán o Afganistán, que rinde culto a las armas y donde está muy arraigado el odio hacia la política de EEUU en Oriente Próximo y Asia Central. "A Al Qaeda le interesa establecerse en las provincias lejanas donde la sociedad local tiene características que le convienen, como el honor de poseer armas y el arte de utilizarlas, así como la influencia del pensamiento tradicional que odia a EEUU por su apoyo a Israel", explica desde la capital yemení a EL PERIODICO Abdulá Gorab, periodista y analista local. Amplias zonas del país permanecen fuera del alcance de la autoridad estatal y están vetadas a los extranjeros. "Hay muchas zonas a las que no podemos ir; por ejemplo, a 90 kilómetros de la capital", relata el enviado especial de un diario británico.

Desde hace cuatro años, Yemen se halla inmerso en un conflicto con los huthis --musulmanes chiís en un país de mayoría suní-- en la región de Sa´dah, zona montañosa junto a Arabia Saudí. Es una guerra civil que drena recursos a la lucha contra Al Qaeda y azuza la inestabilidad. "El conflicto desvía recursos y crea más sensación de caos", apunta un observador que no quiere decir su nombre.