Noche de escaramuzas internas y bombardeos israelís en Gaza. Mohamed se asoma a la azotea de su edificio, vigilado por hombres armados de Hamás, a ver cómo los tanques israelís se adentran unos metros en el norte de la franja, la segunda vez en seis meses. Justo debajo de su casa hay un campo de entrenamiento de los islamistas y, 200 metros más allá, un descampado desde donde Hamás lanza sus proyectiles Qasam.

La mayoría de esos cohetes caseros aterrizan desde hace un lustro en Sderot, una localidad israelí de 23.000 habitantes pegada a la franja. Ayer fueron una docena. Uno impactó junto a una gasolinera y otro en una sinagoga, poco después de que se marcharan los fieles. Ante el aluvión de Qasam, el miedo se ha apoderado de la ciudad y unos 2.500 residentes han sido evacuados. Algunos por el Gobierno, otros por el multimillonario y aspirante a la alcaldía de Jerusalén, Arcadi Gaydamak. Según la opinión de la calle, casi la mitad de los habitantes se han marchado. Muchos de los que resisten han mandado a sus hijos fuera de la ciudad o pasan la noche en los pueblos cercanos.

Tanto la prensa como la oposición israelí están mordiendo en la yugular al Gobierno para que actúe con más contundencia y detenga los Qasam. "Si cayeran en Tel-Aviv, Gaza ya no existiría", decía ayer un residente. Israel está acumulando tropas en la frontera y ha recolocado las baterías de artillería que desmanteló tras la masacre de civiles en Beit Hanún en noviembre del año pasado. La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, prometió ayer "medidas sostenidas" para acabar con los ataques.

ADVERTENCIA DE LA ONU Respecto a la creciente violencia en Gaza, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU alertó ayer de que si la situación no se controla "sus consecuencias pueden ser desastrosas para la población civil y para las operaciones humanitarias".