Ayer se cumplieron cinco años del secuestro de Ingrid Betancourt, entonces candidata a la presidencia de Colombia. Su familia sigue esperando, como tantas otras en el país.

La una de la madrugada. Como todos los domingos, Magdalena Rivas se levanta, se echa un chal a la espalda y descuelga el teléfono. Marca y remarca hasta obtener línea con Las voces del secuestro . Todas las semanas, a través de este programa de Radio Caracol, Magdalena envía un mensaje a su hijo, un policía secuestrado hace más de ocho años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y de quien no tiene noticias desde el 2003. "Es sagrado, no puedo fallar ni un solo día", explica. Entre semana, es a las cinco de la mañana y por otra emisora, Antena 2, cuando manda sus mensajes de ánimo, mezclados con las voces de otros allegados de los cientos de secuestrados en Colombia.

Unidos por la angustia

Como su hijo, 56 de ellos son rehenes políticos y militares, que las FARC solo aceptarían intercambiar por sus combatientes prisioneros, trueque que rechaza el presidente conservador Alvaro Uribe. Los demás pueden ser secuestrados financieros , que la guerrilla o la delincuencia común liberan tras negociar un rescate, o personas desaparecidas a manos de milicias paramilitares o desconocidos. "Una mujer nos llamó la semana pasada para hablarle a su hijo, de quien no sabe nada desde hace 18 años", explica Miguel Angel Gaviria, un voluntario que trabaja en Las voces del secuestro.

Gaviria forma parte de la veintena de estudiantes agrupados en torno al periodista Herbin Hoyos, quien fue él mismo víctima de un secuestro de 17 días en 1994. "¿Por qué los periodistas no hacen nada por los secuestrados?", le preguntó entonces un compañero de cautiverio, con la oreja pegada al transistor. Una semana después de su liberación, las primeras emisiones quedaron desbordadas por las llamadas. Desde entonces, Hoyos y los suyos han aprendido a reconocer las voces de una comunidad nocturna unida por la angustia.

Irrumpe la voz en directo de Yolanda Pulecio, la madre de Ingrid Betancourt, que rinde fielmente cuentas a su hija de sus días y de la actualidad política. Esa noche, a menos de una semana del aniversario del secuestro, los allegados de Clara Rojas, la directora de su campaña presidencial, secuestrada con ella, acuden al estudio para asegurarse de que podrán leer un texto de aliento. "Enviamos pocos mensajes --lamenta su madre, que se desplaza con dificultad--. La línea está siempre ocupada". Lee una oración en antena, y su hijo a duras penas ahoga un sollozo después de repetirle a su hermana: "Te esperamos, te queremos".

Al otro lado de las ondas, en la cordillera y la jungla, los secuestrados esperan ansiosamente las emisiones. Un antiguo rehén, que racionaba las horas de escucha para ahorrar pilas, explica cómo se hizo una antena con un estropajo para captar mejor con su viejo receptor "el oxígeno" cotidiano de las voces conocidas, las canciones balbuceadas por los niños que han crecido sin él, y las mil pequeñas noticias de la vida en libertad. Como las que sigue contando Las voces del secuestro: "Mañana celebramos el cumpleaños de Paola. Puede que haya encontrado trabajo", dice una voz en Radio Caracol.

Comunidad en descenso

La comunidad es hoy menos numerosa que hace unos años. Con un pico de 3.500 rehenes en el 2000, la mitad en manos de las guerrillas, el secuestro parecía convertirse en una industria. Hoy, tras una ofensiva militar contra las bandas y guerrillas especializadas, la cifra ha descendido a menos de 700, según datos oficiales. Aunque "el Gobierno solo contabiliza las denuncias, y la guerrilla amenaza con doblar el rescate si la familia acude a la policía", explica Herbin Hoyos, quien ha registrado el doble de casos en el 2006. Semana tras semana, llaman nuevos familiares. Este domingo, una mujer trata de animar a su hijo, secuestrado el 4 de diciembre por un grupo desconocido. "Mira las estrellas, no pierdas el valor", ruega la voz en la noche, antes de citarse: "Estaré contigo el lunes a las cinco, en Antena 2". Magdalena también estará allí, como Yolanda Pulecio y otros cientos, impacientes por hablar a sus ausentes.

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