Horas antes de que se inaugurase el cónclave, el decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, lanzó un arenga a los electores para que mantuvieran prietas las filas de la ortodoxia doctrinal, que él ha venido cuidando con celo durante más de dos décadas por expreso encargo de Juan Pablo II.

Desde la posición de privilegio que le otorgaba la presidencia de la última misa solemne celebrada en la basílica de San Pedro antes de la elección del nuevo pontífice, el purpurado alemán lamentó que "tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, sea etiquetado a menudo de fundamentalismo". Y a continuación, citando a San Pablo en su ayuda, se quejó de que "el relativismo, el dejarse llevar de aquí para allá por cualquier viento doctrinal" sea presentado "como el único comportamiento a la altura de los tiempos modernos".

FUGACIDAD Fiel al discurso que ha venido manteniendo al frente del ministerio en el que se reconvirtió el Santo Oficio de la Inquisición a partir del Concilio Vaticano II, Ratzinger contrapuso en la homilía la permanencia del discurso de la Iglesia frente a la fugacidad con que se han dejado de pregonar otras ideas.

"Cuántos vientos doctrinales hemos conocido en estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento", dijo el oficiante, arropado por los cardenales, alguno de los cuales dormitaba discretamente, ante miles de personas que seguían la ceremonia en el templo.

PELIGROS "La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido no pocas veces zarandeada por estas olas, lanzada de un extremo al otro", prosiguió. Y después enumeró los polos que se repelen y que han causado tanta agitación: "Del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo". Y a continuación advirtió del "nacimiento de nuevas sectas" que, volviendo a echar mano de San Pablo, practican el "engaño de los hombres", a los que, según el decano del colegio cardenalicio, se atrae de forma astuta para que caigan en el error que predican.

"EL YO Y SUS DESEOS" Ratzinger alertó más adelante de la aparición de la "dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus deseos": una alarma exteriorizada de forma recurrente en los últimos tiempos por los integrantes del sector más conservador de la Iglesia católica. El purpurado reivindicó entonces lo que llamó una fe "adulta" que proporcione "el criterio para discernir entre lo que es verdadero y lo que es falso".

La homilía se cerró con una invitación a alejarse de las cosas materiales, a dejar huella y a rezar para que "después del gran don del papa Juan Pablo II" venga un pastor que conduzca al rebaño hasta el conocimiento de Cristo. El sermón fue rubricado con aplausos.