Barack Obama cree que tomar un respiro es a veces la mejor manera de "evitar errores". Y el presidente de EEUU, que el viernes empezó nueve días de vacaciones, necesita el descanso y el acierto como nunca antes en sus siete meses en la Casa Blanca. Su intento de reformar la sanidad ha topado con más barreras de las anticipadas, incluyendo oposición dentro de su propio partido, y está cobrándole una factura política mayor de la que había calculado, con los índices de popularidad y aprobación cayendo y su talante, en cuestión.

La última constatación del fin de la luna de miel de los estadounidenses con el presidente llegó el viernes, cuando The Washington Post y la cadena ABC publicaron un sondeo en que la aprobación de Obama cae hasta el 57%, 12 puntos por debajo de su culmen, en abril. En esa encuesta se confirma la división ante su gestión de la reforma sanitaria: por cada ciudadano que apoya el trabajo de Obama otro lo rechaza. Pero sus vacaciones --y el hecho de que haya obligado a tomarlas también a su equipo-- parecen indicar que ni los retos ni las encuestas han desatado el pánico en la Casa Blanca.

CAMPAÑA MEDIATICA En la última semana, y después de participar en tres coloquios con ciudadanos en la anterior, Obama ha diluido un poco su intensa campaña por la reforma, impulsado en parte por los análisis que muestran cierto hartazgo en la población por su constante presencia mediática. Pero no ha abandonado su caballo de batalla. El miércoles, por ejemplo, mantuvo una conferencia con líderes religiosos, ante quienes dijo que reformar la sanidad para acercarse a una cobertura universal es "un imperativo moral". El jueves participó en un foro y en otra conferencia con grupos de apoyo, activistas que hicieron de su campaña electoral una de las más exitosas de la historia.

Ganar la unidad entre sus seguidores y entre sus propias filas es uno de sus retos. Los blue dogs , los demócratas conservadores en el Congreso, se han erigido en una de las mayores barreras a la reforma, cuyo coste económico puede sumar cientos de miles de millones de dólares al déficit. Y el temor de esos congresistas a perder votos les ha llevado a cuestionar incluso que el nuevo sistema deba incluir algo imprescindible para los progresistas: una "opción pública". Se trata de un sistema de seguros gubernamentales que ayude a más gente a obtener cobertura y fuerce a las aseguradoras privadas a mejorar sus prestaciones, impidiéndoles negar, como hasta ahora, servicios a personas con determinados historiales médicos, o suspender la cobertura ante algunas enfermedades, o imponer límites arbitrarios. La división en sus filas deja a Obama la posibilidad de usar lo que se denomina "opción nuclear": olvidarse de los republicanos y de los blue dogs y aprobar sin su apoyo la reforma en el Congreso. Pero podría pagar un alto precio, pues su apuesta por el bipartidismo quedaría destrozada y muchos ciudadanos podrían ver la reforma como una imposición.

ACLARACIONES El otro gran reto para Obama es recuperar la claridad de mensaje que le ha caracterizado durante su carrera. Y es más necesaria hoy, ante el poder que han demostrado grupos ultraconservadores para diseminar concepciones erróneas sobre la reforma. Esta misma semana, Obama ofreció una entrevista a un periodista conservador, Michael Smerconish, para tratar de clarificar posiciones frente a la audiencia más reticente. Y ayer dedicó su discurso radiado semanal a desmontar "escandalosos mitos", acusaciones que "son falsas y pretenden dividirnos".

Garantizó, por ejemplo, que nadie propone dar cobertura a los sin papeles , ni fomentar los abortos o la eutanasia. Insistió en hablar de "reforma de los seguros", no de la sanidad. Y clarificó su posición sobre la opción pública: "Será una opción, y quienes prefieran mantener su seguro privado no tendrán obligación de cambiar".