El martes por la noche, los principales asesores de la Casa Blanca abandonaban el 1.600 de la Avenida Pensilvania pasadas las ocho de la tarde, como cualquier otro día de la semana. Dicen que ninguno de los pesos pesados del círculo más cercano de Barack Obama se quedó trabajando, y hasta su portavoz, Robert Gibbs, contó ayer que el presidente se pasó la noche sufriendo de lo lindo con el partido que jugaron los Bulls de Chicago, el equipo de sus amores.

El mensaje que querían lanzar parecía evidente. Las elecciones a gobernadores y alcaldes que tuvieron lugar en diferentes zonas del país eran simplemente eso, asuntos locales que no debían despertar mayor interés a escala nacional. Pero ahí estaban los estrategas republicanos para plantear la cita con las urnas como una suerte de prueba de fuego a la popularidad de Obama. Y no podía ser una fecha mejor, ya que ayer se cumplió un año de la histórica victoria del primer presidente negro en llegar a la Casa Blanca. Ni su reputación ni su agenda legislativa han salido dañadas, decía ayer su entorno.

PORTAVOZ MOLESTO Pero algunos medios revelaron que cuando los periodistas acreditados en la Casa Blanca intentaron arrancar alguna valoración de la jornada electoral a su salida del Despacho Oval, Obama se limitó a bajar la cabeza y seguir su camino. Solo se refirió al día en que, hace un año, fue aupado a la presidencia: "Fue un día de esperanza y posibilidades, pero también aleccionador porque sabíamos que encarábamos toda una gama de desafíos".

El que sí habló fue su portavoz. "La gente no fue a votar para apoyar o rechazar al presidente", lanzó visiblemente molesto Robert Gibbs. Repitió hasta el cansancio que, en este tipo de citas, los electores buscan respuestas a los problemas de sus comunidades, y que la economía fue lo que más influyó a la hora de elegir a su candidato. Gibbs reforzó su reflexión con las encuestas a pie de urna que decían que Obama no estaba en la mente de los votantes en el momento de depositar su papeleta.

De todos los escenarios posibles que habían manejado los analistas en Washington y los medios de comunicación, los resultados del martes acabaron siendo uno de los peores para los demócratas, que al final lograron salvar la noche con lo ocurrido en un pequeño distrito electoral de la zona norte del estado de Nueva York, donde la lucha fratricida entre los republicanos acabó dando el asiento en la Cámara de Representantes al candidato demócrata, Bill Owen.

Los primeros nubarrones en el horizonte empezaron a llegar una hora después del cierre de los colegios electorales en Virginia, cuando los sondeos a pie de urna empezaron a confirmar lo que todas las encuestas habían apuntado. El estado volvería a ser gobernado por los republicanos después de ocho años bajo el control de los demócratas. Obama había logrado ganar en ese estado un año antes, el único candidato demócrata que lo conseguía desde 1964. Pero la victoria de Bob McDonell estaba dentro del guión y en los días previos a los comicios nadie apostaba por Creigh Deeds. Incluso la diferencia de más de 17 puntos entre los dos candidatos fue mayor de lo esperado.

Donde sí hubo sorpresa fue en Nueva Jersey, tradicional feudo demócrata, donde el gobernador Jon Corzine no pudo revalidar su mandato frente al republicano Chris Christie, quien se impuso con casi el 49% de votos, cuatro puntos más que su rival.

Para la oposición esa fue la gran noticia de la noche. "Estamos ante la prueba más evidente de que el resurgir republicano ha comenzado", decía el presidente del partido, Michael Steele. "Los resultados son un claro triunfo conservador", añadió Steele, quien aseguró que su partido ya tiene la mirada puesta en las legislativas del próximo año, que sí tienen una gran trascendencia ya que se renovará un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes.