En el número 1-5 de la calle Nicola Tesa de Pale, casi todos los apellidos de familias residentes vienen anunciados en el portal. Casi todos. Porque los moradores de uno de los pisos del edificio --un bloque de apartamentos de ladrillo amarillo carente de florituras arquitectónicas-- han optado por el anonimato callejero, dejando vacía la casilla correspondiente en el panel del portero automático. Tras un par de golpes de timbre, una llorosa voz de mujer responde a la requisitoria: "¿Sonia, por favor?". Silencio, y de inmediato, una voz masculina toma el mando: "Se han equivocado; no es aquí", replica con un gruñido.

La situación se repite en el rellano de la escalera. Un sonido de timbre, unos pocos pasos tras de la puerta, seguido de un silencio sepulcral. Los inquilinos del apartamento ni se molestan en abrir la puerta. Y es que se trata de vecinos de renombre: Sonia Karadzic, hija de Radovan Karadzic --acusado de genocidio en la guerra de Bosnia-- y su esposo. Sasa, hijo varón, reside en otro edificio no muy lejos, también en el centro de Pale. Liliana, la esposa, lo hace en una amplia casa rosada, en las afueras.

Los tres miembros de la saga Karadzic parecen llevar una vida sencilla, sin aparentes excesos y apartada del mundanal ruido. "Desde que fue arrestado, solo vi a Sonia un día en el coche; la saludé a lo lejos", responde Andrei Rackovic, quinceañero residente en el quinto. Según Andrei, los Karadzic son "buenos vecinos" y no son conflictivos.

Las quejas vecinales se dirigen más bien a las fuerzas de la OTAN, que han llevado a cabo numerosas redadas en el edificio, importunando a sus residentes. "Después de tantas veces que han venido a buscarlo aquí, y al final aparece en Belgrado", dice Andrei. En la peluquería de los bajos, nadie abre la boca: "No tenemos nada que decir", advierte una mujer.

En las afueras de Pale, con casas unifamiliares, rodeadas de prados verdes, casi todos los hogares carecen de vallas o muros. Por esta simple razón, cuesta muy poco identificar la casa de Liliana, esposa del acusado. Es la única rodeada por un muro, sobre el que está escrita una palabra: Raso (apodo cariñoso de Radovan). De su interior entran y salen mujeres. Pero nadie accede a hablar. Porque la ley del silencio impera en el barrio de los Karadzic.