Desde que en 1963 algunos monjes vietnamitas se inmolaran para protestar por la represión lanzada contra las instituciones budistas por el régimen autoritario de Ngo Dinh Diem, el término bonzo comenzó a popularizarse en Occidente. En esencia es un ritual oriental, tolerado por el hinduismo y el budismo, y todavía practicado en la India por las viudas que se arrojan a las piras de sus maridos. Nadie esperaba, sin embargo, que fuera a servir como catalizador de las convulsiones políticas que vive el mundo árabe. Son ya siete los árabes que se han prendido fuego, un grito agónico contra la penuria económica y el despotismo de la autoridad.

El primero en hacerlo a mediados de diciembre fue el tunecino Mohamed Bouzazi, cuyo suicidio encendió la mecha de la oleada de protestas que han derribado al régimen de Zine al Abdine Ben Alí. Su terrible ejemplo parece haber calado entre la masa de desheredados que malviven bajo la bota de regímenes policiales, contemplando cómo la riqueza raramente baja de las alturas. Según la Liga Arabe, hay 25 millones de desempleados en la región, casi el 22% de la población, una cifra que aumenta hasta el 53% entre los jóvenes.

Preparación de protestas

Y esos jóvenes, muchos universitarios, ya no comulgan con la propaganda oficial. Internet y las televisiones por satélite han derribado sus muros y el deseo de reformas es casi unánime. "Hay una lección y un mensaje en lo que está pasando en Túnez", advirtió ayer el secretario general de la Liga Arabe, Amr Mousa. "En la sociedad árabe se están gestando muchos elementos comunes, de acción y reacción, así que no podemos considerar lo de Túnez como un incidente aislado", añadió.

Al mártir Bouzazi le han emulado ya cuatro argelinos, un mauritano y un egipcio. Ayer mismo, en El Cairo, un hombre se roció con gasolina y se prendió fuego frente al Parlamento en protesta contra el gobernador de Ismailiya por la clausura de su restaurante. Aparentemente intentó entrar antes en el edificio, pero se le denegó el acceso. Un policía logró extinguir el fuego antes de que fuera tarde.

Horas después se manifestaron en el centro de la capital dos docenas de jóvenes. "Lo de hoy no es más que una protesta simbólica por el hombre que se ha prendido fuego. Para el día 25 estamos preparando una protesta nacional contra la pobreza, la corrupción, la ley marcial y la tortura que todos sufrimos", declaró uno de los activistas.

También en Mauritania se inmoló otro hombre. Yaghoub Uld Dahud, empresario y padre de tres hijos, se encerró en su coche a las puertas del Senado y lo envolvió en llamas. Aún no se sabe por qué. Un agente logró sacarlo y se recupera en el hospital.

Uno de los grandes escollos a los que se enfrentan los activistas prodemocráticos de la región es que apenas tienen estructuras organizadas para promover el cambio. Especialmente los reformistas liberales, que en Egipto o Siria han sido barridos.

Pero el ejemplo de Túnez, donde las revueltas fueron espontáneas, ha envalentonado a muchos. Todavía más brutal es la represión hacia los islamistas, aunque su enraizamiento les sirve a los regímenes de la región para azuzar el miedo de Occidente y asegurarse su apoyo político y económico.

En un mundo árabe acostumbrado a ver matarse a los suyos en actos de terrorismo suicida, el sacrificio de los bonzos parece abrir una nueva página, más cívica y en sintonía con el sentir de su mayoría silenciosa.