Desde que dejó atrás el palacio Potala cuando tenía 24 años, Lhamo Dondhup, más conocido como dalái lama, ha abrigado un sueño: morir en el Tíbet. Hoy tiene 72 años y, con las relaciones con China arruinadas, su deseo es más que nunca eso, un sueño. Por si había dudas, un alto político chino le sugirió esta semana que asumiera la idea de no volver a pisar las nieves del Himalaya tibetano y conformarse con Dhramsala, la ciudad india donde está el exilio.

La relación entre el dalái lama y China nunca ha sido fácil, aunque las complicaciones han variado de intensidad. El dalái lama se esforzó en aliviarlas. Hace tiempo que no reclama el gran Tíbet , que incluía parcelas chinas, ni exige un "autogobierno auténtico". Renunció a la independencia en favor de una más factible "autonomía verdadera" que preserve la identidad cultural y religiosa. Pero China no quiere darle privilegios frente a otras provincias con parecidas quejas.

DIFICIL RETORNO Los analistas creen que la resolución del conflicto será mucho más fácil con el dalái lama que con cualquiera de sus sucesores. Pero, para ello, debería dejar de ser parte del problema para ser parte de la solución. Sus palabras no ayudan: pidió a sus fieles que denunciaran la situación del Tíbet en los JJOO. Fue una declaración de guerra para China. La situación se encuentra en un punto de difícil retorno.