Hay muchas palabras ineludibles en Puerto Príncipe. Tragedia y dolor son algunas de ellas. Ocupan, no obstante, un segundo plano frente a un término habitual en Haití, exacerbado desde que el pasado martes la tierra tembló en el centro de la capital de este país caribeño con una rabia inusitada, valorada con un número 7 en la escala de Richter, inabarcable al valorar la destrucción. Esa palabra es caos. Pero yo he visto el apocalipsis.

No hay comunicaciones; no hay luz; no hay agua. Barrios enteros se han derrumbado y el terremoto ha afectado a muchas de las carreteras. Por más que "los haitianos están acostumbrados al caos", como decía ayer un capitán danés que trabaja para las Naciones Unidas en el país, este es demasiado.

EL DINERO, SIN VALOR El dinero ha perdido de súbito su valor en Puerto Príncipe y se ha convertido en un trozo de papel sin cotización alguna. En cambio, la divisa que hoy por hoy permite a su tenedor en territorio haitiano adquirir bienes e intercambiar productos es el agua. El temblor ha dañado enormemente el suministro del líquido elemento en la ciudad, y su escasez se perfila en los próximos días como uno de los principales problemas a los que deberán hacer frente la legión de cooperantes y periodistas enviados a este paupérrimo país para ayudar a los ciudadanos o informar sobre el temblor de tierra.

Los cuerpos, ayer, seguían llegando de forma continuada a las puertas del Hospital General de Puerto Príncipe. Algunos hablaban de cientos de cadáveres, aunque hay quienes estimaban que podían superar el millar. Las camionetas, cargadas de restos humanos sin identificar, depositaban en las inmediaciones del recinto hospitalario su carga mortuoria. La Cruz Roja haitiana redujo ayer el balance de más de 100.000 fallecidos ofrecido por el primer ministro, Jean Max Bellerive, y lo situó entre 45.000 y 50.000 personas, aunque nadie se atrevía a avalar dicho número, que solo podrá ser confirmado o desmentido de aquí a unos días. Con todo, sigue siendo una cifra inasumible para un país tan pequeño.

Con una parte de los integrantes de la misión de paz de la ONU bajo las ruinas de su sede en Puerto Príncipe, a ningún recién llegado se le escapaba ayer la ausencia de militares de la Minustah de las calles de Puerto Príncipe. La policía haitiana tampoco estaba actuando para mantener el orden porque sus integrantes estaban demasiado ocupados en encontrar a sus familiares y protegerles del caos que reina en la capital.

En ausencia de las fuerzas del orden, los pillajes han comenzado a aparecer, saqueos que podrían multiplicarse en las próximas horas si no comienza a llegar con fluidez la ayuda humanitaria. "Los disparos son constantes y tenemos la impresión de que son familias que intentan protegerse de los asaltantes", relató Valmir Fachini, portavoz de la oenegé brasileña Viva Rio. Las estanterías de los supermercados no son reaprovisionadas y la comida comienza a escasear.

PUNTOS DE REUNION En la ciudad arrasada, se han erigido espontáneamente puntos de reunión donde quienes se han quedado sin techo se agrupan, esperando recibir una ayuda que ayer seguía apenas sin llegar a causa de las dificultades que registró el aeropuerto. Uno de estos puntos de encuentro es la avenida Champ de Mars, donde miles de personas acampaban esperando que pasara algo.

"Mi casa se ha hundido; mis dos hermanos Patrick y Grégory han resultado muertos y aún no hemos encontrados sus cuerpos", aseguraba Francesca. Durante la jornada se han producido momentos de gran nerviosismo. Uno de ellos fue durante las horas de oscuridad. Un rumor de que se aproximaba una ola gigante o tsunami, como la que devastó las costas del océano Indico el día de san Esteban de hace ya más de cinco años, se extendió como la pólvora entre los habitantes de Puerto Príncipe. Inmediatamente, entre gritos, miles de personas se afanaron por llegar a las cumbres de Pétion-Ville, a pie o en coche. "La gente ha podido sentir fuertes vibraciones; de repente, ha empezado a hacer mucho frío; y algunos anunciaron que el agua subía", explicó un superviviente.

En medio de esta atmósfera de confusión, un predicador anunciaba el fin del mundo, en lengua criolla, para justificar la necesidad de ponerse al abrigo. Según aseguró a la agencia France Presse la directora de un hotel que no quiere decir su nombre, "la gente propaga este tipo de rumores fantasiosos para facilitar el pillaje de las casas".

De cada grupo humano de damnificados sin techo establecido en un parque o espacio abierto, en cada campamento de supervivientes sin hogar, se oyen canciones religiosas rezando por los fallecidos y pidiendo al Altísimo que les libre de nuevos sufrimientos, plegarias que no paliaban el sufrimiento de los heridos tumbados sobre el asfalto con vendajes o heridas que todavía supuraban sangre.

Han pasado ya 48 desde que la tierra tembló, y un intenso olor a muerte, a cadáver en estado de putrefacción, se va enseñoreando de la capital haitiana. Muchos cuerpos se encuentran todavía bajo las ruinas de las casas o enterrados en montones de escombros. El riesgo de epidemias y enfermedades ya ha comenzado a aparecer.

TEMOR A LAS REPLICAS Nadie se atreve a dormir bajo techo, nadie quiere regresar a su hogar, por temor a ser sepultado. Las réplicas seguían sacudiendo periódicamente la ciudad destruida, y lo hacían, además, con una fuerza capaz de hacer caer definitivamente cualquier construcción precaria que hubiera resistido a los primeros embates del terremoto. "Desde que la tierra ha temblado, nuestros dirigentes no se han dirigido ni una sola vez al pueblo; de acuerdo, ellos han sido afectados también, pero podrían haber hecho algo", se quejó Valentin.

Mientras la babélica ONU trataba de organizarse en su nueva sede, hasta allí llegaban también las alertas. En el vocabulario de Puerto Príncipe ha reaparecido otra de sus palabras, cargada de horror extra en estas circunstancias: dechoukay. Significa pillaje en criollo.