El reto de Mitt Romney, el más reaganista de los presidenciables republicanos, consistía ayer en tranquilizar a los que ven su religión, el mormonismo, con prejuicios, sin irritar a los que exigen una fuerte presencia de la fe en la vida política y sin desmarcarse de sus propias creencias. Un complicado equilibrio que solventó afirmando que "ninguna autoridad de ninguna iglesia" le influirá si llega a la Casa Blanca y denunciando a la vez que la separación entre Iglesia y Estado ha ido "demasiado lejos".

El problema de Romney son los cristianos evangelistas y los conservadores que votan pensando en "valores". Romney ha liderado las encuestas en Iowa y Nuevo Hampshire (las dos primeras citas) de forma constante, hasta que, en las últimas, Mick Huckabee, un exgobernador de Arkansas, lo ha superado. El motivo: que los evangelistas creen el mormonismo una secta.

Romney se presentó ayer, en la biblioteca presidencial de George Bush padre, en Tejas, como un hombre de fe al que no se debe rechazar: "No defino mi candidatura por mi religión. Una persona no debería ser elegida ni rechazada por su fe". Aseguró que la religión es muy importante para él y el país, pero que el mormonismo no influirá en su presidencia. Iowa dictaminará si fue convincente o no.