Solo falta que una de las sacudidas llegue al cuatro en la escala de Richter y que la guardia pretoriana de Barack Obama lo saque a todo correr en un helicóptero para que la cumbre de L´Aquila se recuerde para siempre.

El anfitrión del G-8, Silvio Berlusconi, se empeñó en organizar la reunión en la ciudad más dañada por el terremoto de abril, pero el gesto que quería ser solidario se ha convertido en una pesadilla tanto para los protagonistas de la reunión como para los afectados por el seísmo.

La cumbre del G-8 está mostrando el rostro más caótico de Italia. Se ha diseñado un plan B por si alguna de las réplicas que se registran cada noche supera el límite marcado y hay que evacuar a los políticos. En este sentido, los diplomáticos estadounidenses han planificado las reuniones previas que deberían haber preparado los italianos. Además, un cuartel en mitad de la región de los Abruzos se ha tenido que adaptar precipitadamente para acoger a más de 40 líderes mundiales y más de 3.000 personas, entre delegaciones y periodistas. Y el milagro, esta vez, no se ha producido.

Mientras, 30.000 víctimas del terremoto siguen viviendo en unas tiendas de campaña de un color azul que siembra las montañas que rodean la sede de la cumbre.

El único beneficio que han sacado, por ahora, es la atención mediática, como siempre caduca, además de la promesa de que los muebles usados por los mandatarios pasarán a los afectados.

Pruebas de espionaje Como remate, el Financial Times reveló ayer que tiene pruebas de que la delegación italiana ha espiado las conversaciones de los ocho dirigentes del G-8, pese a que la confidencialidad de esos encuentros es una ley no escrita. "Tened cuidado de no informar a las otras delegaciones de nuestra instalación. Si no todos los demás van a pedir lo mismo, y no es posible", dice un documento que el diario británico atribuye a un miembro de la organización. Berlusconi siempre da más.