"Hay gente que cree que tendría que avergonzarme de mi hija, pero no sólo no me avergüenzo sino que estoy orgullosa de ella". Así defendió ayer Terrie England a su pequeña Lynndie, la joven soldado cuyo semblante ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en el triste símbolo de las torturas y humillaciones infligidas por los soldados estadounidenses a los presos iraquís.

Lynndie England, que abulta poco y tiene sólo 21 años, ya no está en Irak. El Ejército la ha destinado a la base de Fort Bragg (Carolina del Norte), donde ha sido ya interpelada por su papel en las torturas, aunque no se ha presentado contra ella acusación alguna.

"Quiero que sepáis que podría haber problemas", adelantó ella misma a su familia el pasado mes de enero, en una llamada telefónica desde Irak, premonitoria de la tormenta que se avecinaba.

Ruptura matrimonial

El viaje a Bagdad de esta soldado de primera clase de la reserva, asignada a la compañía 372 de la Policía Militar, de servicio en la infame cárcel de Abú Graib, comenzó cuando decidió enrolarse en el Ejército para financiarse los estudios de Meteorología, con los que soñaba desde pequeña. Los ingresos del supermercado en que trabajó en Fort Ashby (Virginia Occidental), donde reside su familia, no daban para universidades, así que rompió con su marido, que trabajaba en el mismo supermercado, y acudió al banderín de enganche.

En Abú Graib se enamoró de otro soldado, Charles Graner, que también cooperó en las torturas y ha sido encausado por ellas. Al quedar embarazada, Lynndie fue repatriada y ahora se encuentra en el centro del huracán creado por las sevicias pues, como ella misma reconoció ante su madre, al llamarla días atrás, "estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado.