Más de seis decenas de muertos confirmados, centenares de heridos repartidos por los hospitales, miles de refugiados intentando huir del país, además de un clima de caos y desintegración nacional. Los disturbios entre manifestantes de las etnias uzbeka y kirguís que comenzaron en la noche del jueves al viernes en la ciudad de Osh, en el sur de Kirguistán, continuaron ayer por segundo día consecutivo sin que las autoridades lograran ponerles coto. La presidenta interina, Roza Otunbáyeva, que llegó al poder tras el reciente golpe de Estado, imploró a Rusia el envío de "fuerzas militares" para poner fin a las revueltas.

"Necesitamos el envío de fuerzas militares de otros países; hemos solicitado ayuda a Rusia; ya he firmado una carta en ese sentido dirigida al presidente de la Federación Rusa, Dmitri Medvédev", aseguró Otunbáyeva, citada por la agencia rusa ITAR TASS. "La situación está fuera de control", admitió la mandataria kirguís.

La respuesta de Moscú, con grandes intereses estratégicos en Kirguistán, no se hizo esperar. El jefe del Estado ruso ordenó a las autoridades "acordar una ayuda humanitaria" al estado centroasiático, pero nada más. "Se trata de un conflicto interno y Rusia no ve, por el momento, las condiciones para participar en su resolución", añadió Natalia Timakova, secretaria de prensa del presidente ruso, en alusión a una asistencia militar.

LLAMADA A VOLUNTARIOS Además de solicitar una intervención exterior, el Gobierno provisional, surgido de la asonada de abril que expulsó del poder al expresidente Kurmanbek Bakiyev, hizo un llamamiento a los oficiales retirados de la policía y del Ejército a acudir a la región de Osh, "para ayudar a impedir la guerra civil". "Las autoridades estarán muy agradecidas con todos aquellos voluntarios que estén dispuestos a ayudar", manifestó uno de sus miembros, Azimbek Beknazárov.

"Los intercambios de tiros continúan; los podemos oír por todos lados; varios inmuebles están en llamas, las gentes están aterrorizadas", aseguró Beknazárov. El integrante del Gobierno provisional acudió al sur del país para observar los motines. "Los policías y los militares desplegados sobre el terreno se caen de cansancio; se duermen en las carreteras que ellos vigilan, no tendremos fuerzas suficientes (para garantizar la seguridad) en los próximos dos días, si no nos dan una ayuda suplementaria", imploró.

Miles de mujeres y de niños uzbekos huyeron de la violencia y se congregaron en la localidad de Markhamat, en la frontera próxima al vecino Uzbekistán, lo que podría acabar por desembocar en una crisis humanitaria. Las autoridades de Tashkent, capital del vecino Uzbekistán, mantenían la frontera cerrada.

La organización Human Rights Watch (HRW) llamó a la comunidad internacional a apoyar el Gobierno kirguís para impedir que los problemas étnicos degenerasen en guerra civil. "No hay tiempo que perder", manifestó Andrea Berg, responsable de HRW, atrincherada en una casa de Osh desde el inicio de la violencia. "Hay numerosos heridos en los barrios uzbekos de Osh; su número podría ascender a millares", dijo.