Desde el 2000, su primer año en el Kremlin, agosto ha sido un mes maldito para el actual primer ministro ruso, Vladímir Putin. Ceremonias conmemorativas se celebran hoy por toda Rusia con motivo del décimo aniversario del hundimiento del submarino nuclear Kursk. La explosión del sumergible en el mar de Barents ha sido la catástrofe militar más importante en la Rusia de a la sazón recién elegido presidente Putin.

Todos los tripulantes del submarino, 118, murieron víctimas del estallido de un torpedo fabricado en 1976. Pese a los diez años que separan el hundimiento del Kursk de los peores incendios forestales en la historia rusa, la reacción del poder ante esas dos catástrofes ha sido muy parecida: la indecisión, la incompetencia y los intentos de ocultar el verdadero alcance de la tragedia.

SILENCIO En el 2000, el Kremlin ocultó casi durante 24 horas lo sucedido a la opinión pública rusa. Solo cuatro días después del hundimiento, cuando todos los tripulantes ya estaban muertos desde hacía varios días, Putin dio la cara para calificar la situación en el Kursk de "extremadamente grave y crítica", y reconoció que no llegaban ya señales de vida. Según los medios rusos, Putin partió de vacaciones hacia el Mar Negro cuando ya debería haber tenido noticias de la catástrofe del submarino nuclear.