Cuentan quienes compartieron celda con Sadam Husein en los años 60 que tenían como compañero a un ser cobarde y débil, que no ofrecía resistencia en los interrogatorios. Y esta escasa tolerancia al sufrimiento se repitió en diciembre del 2003, cuando soldados de EEUU hallaron el zulo en el que se escondía tras la segunda guerra del Golfo. Entonces, el dictador prefirió entregarse, sin resistencia, y pasar por la humillación de ser juzgado, antes que suicidarse, tal y como lo hicieron tiranos célebres.

Sadam Husein al Tikriti nació en Al Uya, cerca de Tikrit, hace 69 años. Quienes compartieron con él los primeros años de su vida aseguran que, una vez que llegó a la cima, Sadam no hizo más que repetir los comportamientos aprendidos en el seno familiar, donde asimiló las habilidades de la intriga política.

La escalada política comenzó en 1959. Ese año participó en una fracasada tentativa de asesinato del primer ministro Abdul Karim Kasim, tras la que tuvo que exiliarse en Siria y Egipto. El libro ¿Quién es Sadam, el de Tikrit? , escrito hace una década, describe a Sadam como un "matón al servicio de Occidente". Porque detrás del golpe de Estado estaba Gran Bretaña y el petróleo.

El asalto decisivo al poder fue en 1968 cuando el partido Baaz, nacionalista panárabe, protagonizó otro golpe de Estado que depuraría a los no baazistas y que encumbraría en el Estado a Ahmed Hasán al Bakr, tío de Sadam, quien ocuparía una de las vicepresidencias. Sadam tejió una red de cuerpos policiales secretos para eliminar disidentes.

En 1979, Ahmed Hasán al Bakr había decidido cimentar una unión con Siria. Para que los vientos siguieran soplando a su favor, Sadam intrigó en contra de su tío y le obligó a dimitir.

Su estilo de gobernar, basado en los golpes teatrales para aterrorizar a los posibles rivales, quedó claro en los días que siguieron a la renuncia de Hasán al Bakr. Convocó a los líderes del Baaz y fueron leyéndose los nombres de 68 cargos acusados de tramar un complot. Fueron juzgados en secreto, y algunos ejecutados.

Con las riendas de la política interna en su mano, se fijó en el exterior. En 1979, el sha Mohamed Reza Palhevi había sido derrocado en Irán y sustituido por un régimen teocrático. Y el tirano iraquí creyó tenerlo todo a favor para lanzar una guerra contra Irán y hacerse por la fuerza con la soberanía de la zona de Shatt el Arab. Pero la guerra relámpago con la que soñaba se convirtió en una de las más sangrientas contiendas del siglo XX, con un millón de muertos, y en la que se usaron armas químicas, mientras Occidente miraba a otro lado.

En la ruina

A finales de los 80, Irak estaba arruinado. La guerra con Irán había obligado a Bagdad a pedir ingentes cantidades de dinero. Kuwait, que prestó 30.000 millones de dólares a Bagdad, se negó a condonar la deuda y a recortar la producción de crudo. La tensión acabó en la invasión del emirato por Irak en el 1991. Tras la derrota en Kuwait, Sadam se tranformó en una caricatura. Optó por encerrarse en palacio, hacerse traer marisco fresco dos veces por semana, ordenar que se filtrara el agua de la piscina para evitar el envenenamiento y pensar cómo seguir en el poder.