General retirado. Excomandante de la OTAN en Europa y aspirante a la candidatura demócrata a la presidencia de EEUU

Las muertes de soldados estadounidenses y británicos, la violencia continua, el sabotaje económico y el creciente resentimiento popular por la presencia occidental sólo son las primeras grietas en la fachada de la ocupación británico-estadounidense de la posguerra. Todos los expertos en Irak habían avisado: las profundas divisiones entre sunís, shiís y kurdos, más las tensiones adicionales causadas por los extremistas islámicos, los baazistas y los nacionalistas árabes dificultarían la unidad del Estado. Las preguntas son: ¿podemos ganar? Y si es así, ¿cómo? ¿Y a qué precio? Seamos realistas: teniendo en cuenta los objetivos, hasta ahora no lo hemos hecho nada bien.

Todavía no se han encontrado las armas de destrucción masiva, aunque los servicios de espionaje indicaron que, como mínimo, Sadam Husein tenía cierta capacidad química y biológica. Las armas pueden haber sido ocultadas en Siria, enterradas bajo tierra o entregadas a los terroristas; o quizá, simplemente, habían sobrestimado la amenaza.

Por lo que respecta al cambio de régimen, Sadam ya no ocupa sus palacios ni controla el Gobierno. A pesar de todo, su supervivencia alimenta los temores de un retorno de los baazistas, desencadena una continua resistencia y socava los esfuerzos para establecer nuevas instituciones. Tenemos dispositivos de escucha telefónica y radiofónica, y estamos trabajando para reclutar más agentes, pero localizar a los líderes baazistas requiere una profunda penetración en la sociedad iraquí. Y cada semana de esfuerzos fallidos pone de manifiesto los límites de los servicios de espionaje y de la influencia estadounidense y hace que aumente la resistencia baazista.

Entretanto, continúa la pugna cada vez más intensa entre las distintas facciones de la comunidad shií. ¿Se sustraerán de la dominación iraní? ¿Exigirán un estado teocrático fundamentalista o alguna forma de teocracia moderna que combine la ley islámica con formas democráticas restringidas? Potencialmente, la cuestión shií es la más explosiva. Si consiguen unirse, dominarán Irak.

Finalmente, estadounidenses y británicos serán invitados a irse. ¿Cuándo? Depende de la efectividad de nuestra ocupación. La manera en que salgamos del país puede depender de una serie de pacíficas conversaciones con los clérigos iraquís, o de protestas callejeras masivas, o se puede acentuar la violencia a una escala mucho mayor que hasta ahora.

Y en el norte están los kurdos. Están armados y cuentan con un amplio autogobierno. Si fracasan los esfuerzos occidentales de reconstrucción nacional, la independencia será su siguiente paso. A menos que se tomen otras medidas, la independencia vendría acompañada de violencia interna y de un posible conflicto con Irán y también con Turquía.

Por lo que respecta a los grandes sueños --transformación de la sociedad árabe, instauración de la democracia, dar con la clave para la anhelada paz en Oriente Próximo--, primero debemos ver si podemos afrontar los retos del aquí y ahora.

El éxito no es imposible, pero será difícil, y cada día que pasa lo es más.

Lo que sucede es que, sencillamente, es imposible mantener esta ocupación por la fuerza, aunque dobláramos los efectivos. Las acciones contra los baazistas --batidas, ataques e investigaciones-- corren el riesgo de derivar en ira popular.

Así pues, ¿qué podemos hacer ahora? Si se resolviera el misterio de las armas de destrucción masiva, se evitara el resurgimiento baazista y se mantuviera la unidad de Irak, dejando que se autogobernara con cierta apariencia de democracia secular, protegida por sus propias fuerzas armadas y libre de la dominación de otros poderes regionales o terroristas, podríamos decir que hemos tenido éxito.

Para obtener la victoria en Irak hay que trabajar con las fuerzas sociales existentes, no contra ellas. Es necesario instaurar instituciones iraquís representativas para que trabajen con los administradores civiles de EEUU y el Reino Unido. Dichas instituciones no deben excluir a nadie, ni a los exbaazistas, que deberían tener la oportunidad de renunciar a sus antiguas lealtades.

Tenemos que depurar responsabilidades, proponer procedimientos para la toma de decisiones y normativas que protejan los derechos de las distintas facciones, y seguir detentando la autoridad para amonestar, destituir o responsabilizar a los líderes que no respeten las normas. Nuestra habilidad residirá en gobernar con justicia, crear intereses comunes y sembrar la simiente para un gobierno democrático, tolerante y restringido.

No deberían celebrarse elecciones democráticas hasta mucho más tarde. Y dicho sea de paso, no deberíamos cometer error alguno con los ingresos del petróleo, los fondos iraquís incautados y el mercantilismo de las empresas estadounidenses y británicas. Debemos seguir descartando la idea de que esta ocupación pueda ser financiada por Irak.

Además, EEUU y el Reino Unido deben reclutar y equipar a decenas de miles de iraquís para que se hagan cargo de la seguridad y las responsabilidades de reconstrucción de la ocupación. Sí, deben ser adiestrados e investigados; pero debe hacerse rápidamente. Es necesaria la presencia de iraquís uniformados en las calles, junto a las fuerzas estadounidenses y británicas, lo antes posible. Y debería contratarse a miles de traductores.

La comunicación con el público iraquí es crucial. Las fuerzas occidentales deben adoptar medidas extraordinarias para combatir los rumores, los miedos y las sospechas. ¿Por qué no podemos tener nuestro propio canal de 24 horas de noticias en árabe?

¿Tenemos la fortaleza suficiente para hacer frente a la situación en Irak? En primer lugar, seamos honestos con nosotros mismos. Fuimos a esta misión con una visión miope de la amenaza iraquí: subestimamos la fuerza de los baazistas, no anticipamos adecuadamente la resistencia, infravaloramos la fuerza y los recursos necesarios para conseguir el éxito militar y fracasamos por completo en la planificación del cambio de régimen. El público estadounidense y el británico necesitan que sus líderes se lo digan; necesitan comprender por qué se cometieron todos estos errores y que se imputen responsabilidades por los mismos. Y, además, tenemos que persuadir a otros para que nos ayuden a sobrellevar estas cargas. Sencillamente, la misión supera lo que EEUU y el Reino Unido pueden soportar. Deberíamos pedir a la ONU y a otras instituciones internacionales que asuman un papel más relevante.

Si tenemos éxito, el coste de esta misión se cuantificará en años, decenas de miles de millones de dólares y docenas de vidas de soldados. Pero el fracaso saldría mucho más caro, y una retirada prematura exacerbaría el conflicto regional y perjudicaría la guerra contra el terrorismo. Así pues, necesitamos definir una estrategia de salida, igual que hicimos en Bosnia, para que el pueblo británico, el estadounidense y la comunidad internacional suban a bordo: es necesario crear indicadores del progreso del desarrollo político, de la reconstrucción y de la seguridad, y rendir cuentas cada trimestre. Pero sobre todo, honestidad, y recordar que, cuando los iraquís nos pidan que nos vayamos, nuestra misión habrá terminado.