Parado en el balcón, con una lata de cerveza en una mano y, en la otra, un cigarrillo interminable, Juan Carlos Lecompte disecciona la noche impiadosa de Bogotá. A lo lejos, la ciudad titila y a él le gustaría encontrar en esos parpadeos un mensaje cifrado que lo llevara hasta su esposa. Hace unos seis años que espera a Ingrid Betancourt en un apartamento de 280 metros cuadrados que se enclava en los cerros orientales.

Sus últimas palabras, escritas en la selva con letra abigarrada, en las que medita sobre la posibilidad de tener una "muerte dulce" antes que estirar eternamente un presente de cautiva, agigantan la ausencia en ese espacio atiborrado de recuerdos. Lecompte se acompaña en soledad con un cuadro de Ingrid pintado en clave pop y una fotografía de ella de tamaño natural. El reloj se detuvo aquí en el momento de la captura.

Bebe un sorbo y dice que el presidente Alvaro Uribe nunca se ha inclinado por una solución humanitaria que devuelva a los prisioneros de las FARC a casa. "Quiere recuperarlos militarmente, y eso es una locura. La guerrilla tiene anillos de seguridad, ha minado los campos. Si el Ejército entrara, matarían a sus rehenes sin misericordia: al llegar solo encontrarían cadáveres".

Lecompte abandona el balcón y toma asiento en el salón. Mira otra imagen, la de aquel que fue hasta el 2002. "Yo tenía una vida envidiable". Este hombre de 47 años se ganaba la vida como publicista. Y, tras el secuestro, le costaba concentrarse. "Los clientes se daban cuenta de que mi trabajo no rendía". Escribió un libro sobre Ingrid y fue por primera vez a una psicóloga. "Uno se hace la víctima, pero me hicieron ver que hay que seguir adelante. Pude trabajar otra vez, aunque es muy difícil sostenerse. Te aíslas socialmente para no estar todo el tiempo hablando de lo que te duele".

En un par de horas, tomará el teléfono y tratará de comunicarse con el programa de radio Las voces del secuestro para poder "hablar" con Ingrid. "Es como lanzar una botella al mar. Trato de darle ánimo. Le digo que la quiero y que la estoy esperando". La psicóloga le ha preparado para ese reencuentro sin fecha. "Sé que no será fácil: hay dos personas nuevas que se van a volver a conocer, que no saben si la relación funcionará".

En la carta que Ingrid le envió a su madre hay unos párrafos para él. "Me dice que me quiere como el día de nuestra luna de miel en la Polinesia francesa, y dice que me entiende, que debe de ser difícil esta cruel separación. ¡Pero yo hago lo que quiero! En cambio, ella está siendo humillada".

El pasado 25 de diciembre, el día del cumpleaños de su esposa, Lecompte alquiló un pequeño avión y recorrió parte de la selva amazónica donde, supuso, podría estar encerrada. Desde la altura, arrojó cientos de fotos con los rostros de los hijos de Ingrid. La cautiva, sin embargo, jamás pasó por esos lugares.

La pesadilla es hoy, para Lecompte, estar despierto. Dice que el día que ella "finalmente vuelva", solo le dará un fuerte abrazo. Que el silencio sea la prueba del milagro.