Cambiar de estilo. Tres años después de llegar al Elíseo, esta es la principal asignatura pendiente de un Nicolas Sarkozy lastrado por la crisis y unos índices de popularidad catastróficos. Con la vista puesta en las presidenciales del 2012, el jefe del Estado francés traza su estrategia para recuperar una imagen que empezó a deteriorarse la noche de su elección, el 6 de mayo del 2007, al celebrar la victoria con sus amigos ricos en Fouquet´s, hotel de lujo de los Campos Elíseos y símbolo del elitismo.

Desde entonces, las encuestas han reflejado el desamor de los franceses por su presidente hasta batir récords. El último sondeo, realizado por TNS Sofres, indica que el 69% de los ciudadanos desaprueban su gestión. Tras remontar durante la presidencia europea, cuando lidió con el crac financiero en el segundo semestre del 2008, los problemas se han ido acumulando: la crisis, el fiasco del debate sobre la identidad nacional o la incomprensión ante las ventajas fiscales para las rentas más altas. Los franceses censuran su estilo excesivo, que le lleva a intervenir en todos los frentes y banalizar la función. El intento de colocar a su hijo Jean, con 22 años y sin título universitario, al frente del barrio de negocios de La Defense le causó un daño colosal.

Las alarmas se dispararon de nuevo a raíz de la fatal gestión que hizo el Elíseo de los rumores sobre las infidelidades conyugales del matrimonio Sarkozy. Por primera vez, en las filas conservadoras empezaron a elaborarse quinielas de presidenciables para sustituirle en el 2012. Encabeza las listas el primer ministro, François Fillon.

Para invertir la tendencia, el presidente ha decidido mostrarse más reservado. Su nueva estrategia pasa también por dar más cancha a los ministros y al jefe del Gobierno.