Pese a que se ha convertido en el presidente más impopular de la Quinta República en su primer año, Nicolas Sarkozy se reafirmó ayer, durante una entrevista en televisión, en que llevará a cabo las reformas que ha emprendido. Reconoció errores, sobre todo de comunicación, y pidió tiempo hasta el final de su mandato para ser juzgado.

Sarkozy repitió su idea de que "el mundo ha cambiado y Francia no se ha adaptado al ritmo de los otros países", por lo que a él le corresponde la tarea de "poner en marcha el cambio que los otros han hecho y Francia no". Hasta en dos ocasiones les dijo a los franceses que no hay otra estrategia, entendió que las reformas "provoquen mal humor", pero advirtió de que "la decepción sería mayor" si no se hacen.

La mayor parte de la larga entrevista, que duró una hora y 40 minutos, estuvo dedicada a la situación económica. Cuarenta minutos para hablar de la pérdida del poder adquisitivo, la mayor preocupación de los franceses, y de la falta de resultados económicos. Sarkozy recordó que fue elegido para "rehabilitar el valor del trabajo" y remachó que "el problema de Francia es que no se trabaja lo suficiente".

En cuanto a propuestas concretas para aumentar el poder de compra de los ciudadanos, se remitió, sin embargo, a la exoneración fiscal de las horas extraordinarias, que han aumentado un 30% en un millón de empresas. Y anunció más liberalización de la economía. A la crisis financiera, al aumento del precio del petróleo y a la escalada del euro los culpó de la falta de resultados en materia económica, aunque no se olvidó de mencionar que el paro ha bajado al 7,5%, el índice más bajo en 25 años.

En política social, repitió su preferencia por la "inmigración seleccionada" con criterios económicos, más que familiares, aunque dijo no ser partidario de la "inmigración cero" ni de las regularizaciones masivas. "No se convierte uno en francés porque trabaje en la cocina de un restaurante", afirmó, y recordó que la ley exige un contrato de integración y hablar francés.

Aseguró que François Fillon era "un buen primer ministro", pero se negó a confirmar si va a continuar. Y también reconoció que había exhibido demasiado su vida privada.