Nick Clegg, el hombre que ha puesto patas arriba la campaña electoral británica, tenía ayer una cita con la prensa extranjera en Londres. La convocatoria había despertado gran expectación. Era el momento de descubrir qué tiene de especial este tipo, cuya súbita popularidad ha sido comparada por los diarios británicos con la de Churchill, que lo han bautizado como "el Obama británico".

"Quienes esperen un discurso al estilo de Churchill o de Obama se van a sentir defraudados", advirtió el líder de los liberal demócratas entre risas. Clegg, que se mueve y expresa con una naturalidad sin artificio, fue directamente al grano.

"Liberarnos del tópico"

Lo hizo cuestionando la sacrosanta "relación especial" entre EEUU y el Reino Unido, que conservadores y laboristas siguen asumiendo incondicionalmente. "Tenemos que liberarnos de ese tópico histórico según el cual el atlantismo debe guiar todo lo que hacemos en el mundo". Aquella alianza, recordó, fue concebida en los tiempos cada vez más lejanos de la guerra fría. "Esos días han pasado. Obama ha reconocido que la mayor amenaza para la seguridad es hoy la del terrorismo individual o de grupos organizados. Hay que contar también con los conflictos internos".

En tiempos recientes, Margaret Thatcher primero y Tony Blair, después, aplicaron en todo momento y circunstancia la fidelidad inquebrantable a Washington. Un dogma de fe en la política británica con el que Clegg quiere acabar. "Hace falta inaugurar una nueva era en las relaciones con EEUU, y eso es algo que dicen los propios americanos. Ellos están cada vez más interesados en sus vínculos con China, India y Brasil, y con Europa en su conjunto".

Nunca viene mal recordar, como ayer hizo Clegg, que el Liberal Demócrata fue el único partido en el Parlamento que se opuso a la invasión de Irak, tan impopular entre los británicos. La sumisión a los dictados de la Administración encabezada por George Bush y Dick Cheney condujo a otras concesiones graves.

En el reino de los euroescépticos, el europeísmo del líder liberal demócrata es una arma que los conservadores están tratando de utilizar para cortarle las alas. Clegg trabajó en la Comisión Europea y participó en negociaciones para el ingreso de Rusia y China en la Organización Mundial de Comercio. Eso, y el hecho de hablar cinco lenguas, le da un conocimiento de la realidad internacional superior, posiblemente, a la de David Cameron.

Su europeísmo es positivo, pero moderado. Cree que no es el momento de que el Reino Unido se plantee adoptar el euro, dado el contexto actual de la economía. Una futura entrada en la Eurozona se sometería, en todo caso, a referendo.

El funcionamiento de Bruselas tiene, en su opinión, muchos defectos que es necesario corregir. El eterno dilema del papel del Reino Unido en la UE se debe resolver, a su juicio, planteando en referendo al país "una pregunta honesta y fundamental sobre si queremos estar dentro o fuera".

Sin frases hechas

Durante casi una hora Clegg respondió a cuestiones tan diversas como el desafío nuclear de Irán, el conflicto de Oriente Medio, las relaciones con Rusia, la crisis en Grecia o el futuro de las tropas en Afganistán. La conclusión fue que el nuevo líder, de 43 años, resulta aún más convincente en directo que en televisión. Contesta a lo que se le pregunta, una rara virtud en los políticos, y lo hace con inteligencia y sencillez. Al expresarse no utiliza eslóganes, ni frases hechas que suenan a prefabricadas.

Tampoco necesita repetir machaconamente que él representa el cambio, como hace desesperado el jefe de los tories. Es evidente que sus planteamientos no son más de lo mismo. A dos semanas de la cita con las urnas, dice no saber lo que pasará el 6 de mayo y prefiere no hablar de una futura coalición de gobierno. Tiene claro, sin embargo, que "nada ya volverá a ser igual". "Este es el final del viejo esquema político en el que conservadores y laboristas se repartían el poder".