Exhausto y asustado, Ramli Alí ha andado durante seis días, alimentándose de los cocoteros, para llegar a la devastada Banda Aceh. La falta de alimentos y de horas de sueño no le importan teniendo en cuenta lo que ha visto a diario a lo largo de la zona costera, que se llevó la peor parte de las gigantescas olas que causaron la muerte de más de 80.000 personas y arrasaron virtualmente todo lo que encontraron a su paso.

"Son los cadáveres. Me asustan los cadáveres, especialmente de noche", dice Alí, un antiguo empleado sanitario de la ciudad de Calang. "Por la noche intento dormir en las colinas entre los árboles, pero no puedo. Siempre pienso en los cadáveres".

Cuerpos por todas partes

Con la camiseta tapándole la boca, Alí, de 30 años, afirma que ha visto cuerpos por todas partes mientras recorría con dificultad lo que quedaba de la carretera que une el sur de Aceh con Calang, 150 kilómetros al sur de la capital de la provincia. Las olas devastaron Calang, dice Alí, que caminó con otros cinco refugiados. Explica que sobrevivió porque corrió hacia las cercanas montañas cuando se extendió la noticia de la llegada de las olas.

Alí recuerda que contempló una brutal escena de destrucción. "No había señales de vida", añade, "sólo centenares de muertos". Las imágenes de televisión han mostrado pueblos enteros eliminados por las olas. Esta agencia pudo hablar con Alí cerca de Leupung, que una vez fue un próspero distrito pesquero a apenas 40 kilómetros al suroeste de Banda Aceh.

Todavía no ha llegado la ayuda a la zona. Por tierra sólo se puede llegar al lugar a pie o con motocicletas, tras una penosa marcha de tres horas, navegando por empinadas carreteras embarradas a través de las colinas y de las costas devastadas.

Decenas de cuerpos hinchados flotan a lo largo de la línea costera ahora tranquila, aprisionados entre los cocoteros caídos y los coches destrozados. La fuerza de los terremotos y de las olas engulló gran parte de la carretera de la costa, haciéndola intransitable para los vehículos. Los barcos, uno de ellos un pequeño petrolero, yace junto a la carretera, adonde fue empujado por las olas asesinas.

Entre las montañas de basura esparcidas en el camino, zapatos y coloridos coches de juguete sobresalen de entre los restos, junto a manos y piernas. "He visto muchos cuerpos en la carretera, muchos. Tengo miedo", reconoce Alí, que viajará desde Banda Aceh a su ciudad natal en el distrito de Tanjugn Dalan en Aceh del Norte.

A lo largo de la carretera, docenas de personas se están desplazando a pie hacia Banda Aceh. Como Alí, han caminado penosamente por el barro durante días con poca agua y comida. "Sólo comimos cocos y bebimos su agua", explica Nuraini, de 42 años, que estuvo andando durante seis días con su hijo ya mayor.

De camino

Otros están todavía de camino a Banda Aceh tras no poder llegar a sus respectivos hogares en la costa oeste, las áreas más cercanas al epicentro del seísmo del pasado 26 de diciembre. Todos quieren averiguar si sus familias han sobrevivido. "Regresaré a Banda Aceh", promete Mira, de 19 años. "He estado andando dos días para intentar llegar a Meulaboh, pero he fracasado. Regresaré ahora, pero tal vez iré allí en barco", añade, en referencia a la ciudad costera en la que, según fuentes oficiales, un tercio de la población ha perecido. Mira no tiene ni idea de si su madre y sus hermanas están vivas.

Lejos, en la distancia, las emergentes colinas verdes ofrecen un contraste de belleza y de calma. Pero el ruido de las olas sólo se suma a la espeluznante atmósfera de muerte, de olor a cadáveres humanos y ganado muerto, mezclados con la fresca brisa del mar.