En tan sólo seis días de evacuación forzosa, el Ejército y la policía israelís han completado su misión interna más controvertida y difícil desde 1967: la evacuación de 21 colonias judías de la franja de Gaza y de otras cuatro de Cisjordania. Con este desalojo, Israel pone fin a su empresa colonizadora en la franja y, por el contrario, pretende afianzar los grandes asentamientos en Cisjordania.

Una jugada política que está por ver si le funcionará al primer ministro israelí, Ariel Sharon, impulsor en solitario del plan y que aparece ahora como el gran vencedor tras la exhibición de fuerza, determinación y eficacia que él mismo y las fuerzas de seguridad israelís han dado desde que el proyecto se puso en marcha hace casi dos años.

SALIDA VOLUNTARIA El último día de evacuación, en el que fueron desalojados los asentamientos cisjordanos de Homesh y Sanur, dejó para la historia las mismas escenas que ya se vieron en Gaza. Los residentes --que se jugaban las compensaciones y sus nuevas casas-- se fueron por su propio pie entre rezos, lágrimas, aspavientos y chantajes emocionales a las tropas. Tras ellos se atrincheraron jóvenes radicales procedentes de otras colonias que se resistieron a las fuerzas de seguridad con más histeria que organización, fieles al ambiente de campamento de verano mesiánico y de extrema derecha del que han hecho gala los infiltrados estas semanas.

El asedio de la escuela religiosa de Homesh y de la ciudadela de Sanur no tuvo más historia que la que quisieron darle las fuerzas de seguridad con sus negociaciones para evitar la imagen de soldados israelís llevándose a rastras a colonos judíos.

Cuando fue obvio que no había acuerdo posible, el descomunal despliegue policial y militar --que esta vez incluyó grúas para subir a los militares al tejado de la ciudadela de Sanur-- no tuvo excesivos problemas para hacerse con el control de la situación. Para las estadísticas, la última jornada de evacuación dejó 31 soldados y 11 colonos heridos leves y 17 jóvenes radicales detenidos.

Siguiendo con las estadísticas, el balance definitivo no puede ser más positivo para las fuerzas de seguridad israelís. En estos seis días --cinco en realidad, puesto que el sábado cumplieron el Shabat y no hubo desalojos-- han vaciado 25 colonias y han expulsado a 15.000 israelís, casi el doble de la población real de estos asentamientos.

El Ejército prevé que en 10 días habrá destruido las casas de las colonias, como pactaron Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y para principios de octubre está previsto que el Gobierno hebreo entregue al palestino las tierras liberadas.

A la postre, evacuar Gaza --el desalojo en Cisjordania es simbólico-- no ha resultado tan difícil como muchos auguraban. El proceso ha sido muy doloroso para los colonos que han sido forzados a dejar sus casas --previo pago de cuantiosas compensaciones económicas, eso sí--, pero no ha habido violencia desatada, ni revuelta social, ni desobediencia masiva de militares ni, mucho menos, una guerra civil.

La resistencia la han protagonizado en la mayoría de los casos adolescentes, mientras que los políticos ultras se han tomado estos días como el inicio de una gran campaña para derrocar al primer ministro y para evitar que se repitan nuevos desalojos en Cisjordania. No es ésa la intención de Sharon, quien ahora se centrará en recoger los frutos internacionales del desalojo y recuperar su partido, el Likud.

MISION DE GUANTE BLANCO En la evacuación, los policías israelís tenían órdenes de actuar con guante blanco y de negociar largamente antes de pasar a la acción. Ni portaron armas de fuego ni hicieron uso de sus porras, y cada amotinado fue inmovilizado por cinco o seis agentes para no hacerle daño. Además, las mujeres fueron detenidas por agentes femeninas.