El sargento Raymond Branch salió en enero de su casa, en Florida, para embarcarse en lo que creía que iba a ser una misión de corta duración. Pero ahí sigue, 10 meses después, en Bagdad, sin tener muy claro cuándo volverá a abrazar a los suyos. Ciertamente, no antes de febrero.

Pese a que sólo tiene 33 años, Branch es un veterano del Ejército de EEUU y estaba acostumbrado a pasar largas temporadas fuera, hasta que decidió cambiar de vida. "Yo me dedico a esto desde que tenía 18 años. Estuve en la primera guerra del Golfo, pero después dejé el Ejército regular para poder pasar más tiempo con la familia", explica.

Pensó que había una alternativa que le permitía aprovechar su formación y experiencia militar, y hacerla compatible con una vida familiar más relajada. Así que Branch optó por alistarse en la Guardia Nacional, un cuerpo que recibe el mismo entrenamiento que las tropas regulares, pero que sólo se moviliza cuando el Ejército necesita refuerzos, normalmente por tiempo limitado.

PRORROGAS CONTINUAS

Como la mayoría de sus compañeros, Branch no podía imaginar lo que le aguardaba. "Me casé el 28 de septiembre. Dos días antes --explica-- me comunicaron que estaba movilizado. En enero partimos para el entrenamiento y el 16 de febrero aterrizamos en Kuwait. El 1 de mayo nos llevaron a Bagdad. Hace cuatro meses, nos trasladaron al sur para iniciar el regreso, pero antes de llegar dimos media vuelta. Después se suponía que regresaríamos a principios de octubre, pero otra vez nos prolongaron la misión. Ya nos la han prorrogado tres veces". Con una franqueza inaudita, Branch añade: "Si llego a saber esto, no me hubiera alistado en la Guardia Nacional".

"No sé si la gente se da cuenta, pero una cosa así no había ocurrido desde la segunda guerra mundial", tercia un compañero. El cabo Paul Reinhart, también de la Guardia Nacional de Florida, cuenta: "Mi primer hijo nació estando yo aquí. El bebé tiene ya siete meses y aún no le conozco". El cabo Michael Plaster dice, mostrando la foto de su retoño, que él tampoco conoce a su tercer hijo.

A muchos, la larga e inesperada ausencia les causa otros perjuicios. El servicio en la Guardia Nacional es compatible con una vida laboral al margen de la actividad militar. Branch, por ejemplo, es funcionario de prisiones y no tiene muy claro qué habrá ocurrido con su puesto.

REGRESO INCIERTO

La incertidumbre sobre la fecha del regreso a casa ha hecho mella en las tropas, incluso más que los continuos ataques de la resistencia, aunque el goteo diario de bajas tampoco ayuda a mantener la moral. "La situación está cada vez peor y no parece que vaya a mejorar. Creo que nos vamos a tener que tragar una parte de nuestro orgullo", dice un suboficial que pide no ser identificado.

"La versión oficial es que la moral de las tropas es alta" afirma un suboficial que, al amparo del anonimato, no se muerde la lengua. "Yo le diré --añade-- qué significa para nuestros superiores ´la moral alta´. Significa que yo, por la mañana, no me niego a levantarme de la cama y que no tienen que obligarme a punta de pistola a ponerme al frente de una patrulla".

Oyendo a estos hombres hablar en la cantina del cuartel, se entiende perfectamente por qué el Pentágono no tuvo más remedio que decretar la semana pasada la movilización de 125.000 soldados de refresco, incluyendo 40.000 reservistas y miembros de la Guardia Nacional, para llevar a cabo una rotación total de tropas en Irak. "A ver si esta vez es verdad que nos vamos a casa. Pero, como muy pronto, no será hasta febrero", suspiran al unísono.