El cielo azul de Tiro se tornó verde a media tarde de ayer. Sorprendidos y hasta divertidos, el puñado de lugareños que habían decidido no emprender rumbo hacia el norte ante la posibilidad de una invasión terrestre israelí tomaron en sus manos los miles de panfletos de ese color que acababan de dejar caer los aviones israelís sobre la ciudad turística del sur libanés, ahora vacía de extranjeros y habitantes. En las hojas podía verse la imagen del líder de Hizbulá, el jeque Hasán Nasrala, con un escudo en la mano al que estaban atados varios libaneses a modo de parapetos humanos. "Quien os protege es un ladrón", decía uno de los escudos humanos.

La reacción de rechazo ante el último panfleto israelí destinado a la población civil de Tiro fue unánime. "Esto está destinado a los niños pequeños", se burlaba Mohamed, sin querer decir su apellido, con una mueca de desprecio, mientras fumaba narguile junto con unos amigos en el café que tiene en el centro de Tiro. Alí Mazrani, en cambio, no podía ocultar su indignación. "Los israelís insultan a nuestro líder; no tienen ningún respeto por el pueblo libanés", se quejaba. Había quien miraba con odio la hoja verde y la rompía en mil pedazos. Y es que tras dos invasiones en las últimas dos décadas, el Ejército de Israel no es bienvenido en el Líbano.

Pendientes de la radio

Hace tres días, Tiro era una idílica ciudad costera casi desierta donde las únicas personas poseedoras de un pasaporte extranjero se afanaban por hacerse un hueco en un barco con destino a Chipre. Por contra, ayer ofrecía un aspecto sorprendentemente calmado, propio de un día festivo, con los comercios cerrados, con las calles vacías, con un silencio solo roto por la artillería israelí. La mayoría de quienes deseaban ser evacuados ya se habían marchado, y los pocos que habían optado por seguir en la ciudad escuchaban en la radio las noticias o hacían cábalas sobre un posible ataque terrestre. "No vendrán, si vienen, nos defenderemos", auguraba Mohamed. "No creo que se atrevan a entrar; seguirán bombardeando como hasta ahora, pero no invadirán porque saben que no pueden enfrentarse a nosotros por tierra". Quien habla es Riad Handun, que regenta uno de los escasos supermercados abiertos de Tiro --él dice que "el único".-- En su local todavía quedan víveres a la venta, como agua, pan, queso y cereales. Como si no hubiera una guerra en ciernes, se afanaba en cobrar a sus escasos clientes con la diligencia del buen tendero. Pese a la evacuación y a los bombardeos, en el supermercado de Riad aún reinaba cierto orden y el caos no se había adueñado del local.

Tampoco parecía inquietarse demasiado ante la posibilidad del ataque terrestre la clientela y el personal del pub Tani, regentado por una rusa. La atmósfera en el local era de tranquilidad, con el Imagine de John Lennon como música de fondo.

Solo quedaban ayer unos pocos centenares de ciudadanos que aspiran a la evacuación. Su punto de encuentro era el hotel Rest House. Desde ahí tenían previsto embarcarse en un autobús con destino hacia el norte, hacia Beirut. El Rest House es uno de los ejemplos del renacer abortado del Líbano. Con una playa idílica privada, con aire acondicionado, con sus hamacas, y con un televisor de pantalla plana, era el lugar perfecto para unas vacaciones al sol. La guerra y la temporada turística han coincidido y se nota. En las oficinas del centro hotelero aún colgaba una agenda donde estaban apuntadas las bodas programadas para los próximos días. Ahora las prioridades son otras.

El Rest House ofrecía ayer un aspecto de desolación más propio de una caótica retaguardia bélica que de un complejo turístico de lujo. Ni cocina, ni restaurante, ni servicio de habitaciones, ni ropa de cama. Todo lo más, una llave para alojarse y dormir a cubierto para quien pueda pagar la habitación. Los turistas habían sido sustituidos por mujeres con niños pequeños, otras embarazadas, ancianas esperando el turno de ser evacuadas que se arremolinaban como podían en los pasillos, en camillas, en los divanes, en los sofás.

Caminos peligrosos

Muchos de los refugiados tenían la mirada pegada al televisor del recibidor, conectado a una cadena de televisión árabe que ayer por la tarde aún escupía noticias sobre los bombardeos que se desarrollaban en las colinas cercanas. Una mujer con una enorme lista de nombres en la mano intentaba registrar a las personas concentradas en torno al hotel que todavía se afanaban por salir de la ciudad. "Quedan aún unas 300 personas que quieren ser evacuadas", explicaba. "Algunos han regresado a sus casas, otros prefieren quedarse aquí esta noche debido a los peligros de los caminos o de sus hogares". Esto era ayer el sur del Líbano, un país acostumbrado a la guerra, a los refugiados y a las armas.