Singapur se engalana para la cumbre de todas las cumbres. Kim Jong-un y Donald Trump discutirán el martes sobre la desnuclearización y la paz en la primera reunión presidencial de dos países aún anclados en aquella guerra de siete décadas atrás. El término histórico no sobra ni tampoco las alusiones a aquella visita de Nixon a Pekín que sacó a China de su aislamiento y la empujó a lo que es hoy. Muchos expertos embridan el optimismo y no esperan más que una foto que colme el ego desaforado de ambos, mucho circo mediático y alguna gaseosa declaración de intenciones.

La desnuclearización es el nudo gordiano de la reunión. Washington y Pionyang se han comprometido a salir de Singapur con el acuerdo firmado, pero el problema radica en las interpretaciones. La primera la exige completa, verificable e irreversible (CVID, por sus siglas inglesas) mientras la segunda entiende un proceso gradual y sincronizado con incentivos. Y persisten las dudas de que Kim Jong-un sacrifique un arsenal nuclear levantado durante cuatro décadas, que está incluido en la Constitución y que ha asegurado la supervivencia del clan mientras desfilaban los cadáveres de otros dictadores hostiles a Occidente. La Casa Blanca ha apuntalado en las últimas semanas todos los temores norcoreanos con la sorprendente ruptura unilateral del acuerdo de desnuclearización con Irán y las tercas alusiones a la fórmula libia que acabó con el asesinato de Gaddafi tras entregar su arsenal.

UN PRIMER CONTACTO AMABLE

Kim Jong-un nunca aceptará la CVID, corrobora Balbina Hwang, antigua negociadora de Washington con Pionyang. “Y desde luego, no lo hará el 12 de junio. Pero el presidente Trump ya ha admitido que no espera mucho de la desnuclearización y parece que quiere establecer una buena relación con Kim Jong-un para empezar el proceso en el futuro”, sostiene.

Otro asunto interpretativo se presenta espinoso. La desnuclearización de la península obliga, según Pionyang, a todos los actores con armas nucleares. Implica, pues, la salida de las decenas de miles de tropas estadounidenses en Corea del Sur y el final de su paraguas militar. Ni siquiera Moon Jae-in, el admirable presidente surcoreano tan comprometido con la paz, podría tragar eso.

A LA ESPERA DE ALTERNATIVAS

La cuestión, pues, es qué se podrá negociar tras el previsible rechazo norcoreano a la CIVD. Se desconoce qué alternativas ha preparado Estados Unidos e incluso si las tiene. Trump ha aclarado en los últimos días que no necesita estudiarse el tema porque todo es una cuestión de actitud. Él y todo su equipo no suman ni la mitad de horas de vuelo de uno sólo de los encallecidos negociadores norcoreanos.

El sentido común aconseja empezar por la exigencia de una lista pormenorizada de misiles, armas nucleares, laboratorios y otras instalaciones y la vía libre a fiscalizar su desmantelamiento. Esa lista exigirá un acto de fe considerable porque el régimen no es un epítome de transparencia y bajo su orografía montañosa ha horadado miles de túneles.

VISITAR LAS INSTALACIONES ATÓMICAS

La negociación sobre lo que Trump aceptará aún se está discutiendo, señala Chiew-Ping Hoo, experta de la Universidad Nacional de Malasia. “Permitir que los inspectores de Estados Unidos y la Agencia Internacional de Energía Atómica visiten las instalaciones sería una buena concesión. El acuerdo también requerirá garantías de seguridad como un acuerdo de paz, la reducción de tropas en la península y la retirada de todas las instalaciones con armas nucleares de Corea y quizá de Japón”, añade.