"¿Y cómo es un terrorista? ¿Llevan rayas en la cara o algo así?", se pregunta Kathleen, profesora jubilada de matemáticas de la escuela primaria de Walthamstow, un suburbio al este de Londres de donde proceden nueve de los 24 detenidos por la supuesta trama terrorista. La mujer había dado clases a la hermana de Waheed Zaman, el estudiante de bioquímica de 21 años detenido, y vive al lado de la familia.

"Son chicos normales, con problemas normales", asegura. Sus recuerdos de la familia Zaman, que viven al cruzar la calle, son vivos. "Waheed es un chico retraído, que siempre estaba con los ordenadores. Su padre trabajaba en el colmado de la esquina repartiendo género. Ya es un hombre mayor. Son buena gente, educada y muy amable", explica.

La mezquita, al lado

El mismo perfil pinta Hole Hussein, el dueño del colmado, que solo confirma que la familia "venía a comprar a la tienda" y que iban mucho a la mezquita, "que es donde nos reunimos. Es pequeña, pero siempre está llena". Tampoco le caía lejos. Masjid-e-Umar es la puerta de enfrente de su casa, a pocos metros del cementerio cristiano.

Nadie en Walthamstow quiere criminalizar a los detenidos, y muy pocos vecinos aceptan hablar con la prensa. "Es el juez quien tiene que decir si son culpables, yo no quiero decir nada que pueda interpretarse mal", dice Bibi, una ama de casa de origen paquistaní, vecina de Zaman y Mohamed Usman, otro de los detenidos. Aquí hay miedo, y se palpa.

Desde el jueves, la policía campa a sus anchas. Ayer todavía registraban las casas de los detenidos y, con furgonetas alquiladas, se llevaban material. De casa de Zaman salieron trajes antirradioactivos y material informático. "No eran amigos, se conocían porque aquí nos conocemos todos, pero no iban juntos", explica Usman Ali, un estudiante de religión, compañero de colegio de Abdula Khan, otro de los detenidos.

Walthamstow es la última estación de la línea Victoria, una de las más populares del metro. Es uno de esos barrios de casas bajas y ningún lujo que rodean Londres, uno de esos lugares a los que un turista no llega a menos que se quede dormido. Sus únicos atractivos son la casa del pintor prerrafaelista William Morris y un mercadillo de fin de semana donde venden camisetas a una libra y desbloquean móviles a la vista de todos.

La mayoría de los vecinos son paquistanís, que mantienen su camisa tradicional, las barbas largas y la frente medio rapada, y acuden a alguna de las dos mezquitas. El resto de la población la componen negros, muchos inmigrantes del Este de Europa y pocos británicos blancos, la mayoría jubilados.

"Los paquistanís fueron llegando hace unos 20 o 30 años, y ahora son mayoría. Muchos viven de los subsidios. Tienen muchos hijos", añade Kathleen, que critica la política de discriminación positiva hacia las minorías del Gobierno británico. Una exposición a la salida del metro, en cambio, celebra la diversidad racial del barrio.

Musulmanes y británicos

Los musulmanes, sin embargo, no lo ven de la misma forma. "No nos dejan expresarnos y nos miran mal. Yo también soy británico y tengo derecho a que mi mujer lleve el hiyab y nadie le diga nada", proclamaba Mohamed Nawez, un informático de 29 años vestido a la moda occidental, en un improvisado mitin ante los periodistas congregados a la puerta de la mezquita. "Yo he viajado. He estado en Siria y en Pakistán. ¿Y por eso soy sospechoso de ser terrorista? Esto hace mucho daño", afirma.