Junto a un poste de tendido eléctrico, hay un socavón de dos metros de diámetro por medio metro de profundidad. No es la única huella de la tragedia. Pero es el punto donde el terrorista suicida empotró su coche cargado de explosivos contra el convoy de turistas españoles la tarde del pasado lunes en la localidad de Marib, en Yemen, país musulmán de 20 millones de habitantes. Murieron siete y seis resultaron heridos. Alrededor del agujero hay esparcidos los restos de los cuatro todoterrenos en los que viajaban las víctimas.

Hay también dos pares de guantes de látex azules semiocultos bajo la arena. Probablemente los debió utilizar la policía científica para recoger pruebas o el personal sanitario que socorrió a los heridos. En todo caso, es todo lo que queda en el lugar del atentado. Se llevaron los coches destrozados el pasado martes. Al fondo, a unos 100 metros, está la puerta de entrada al palacio de Belques o al templo de la Reina de Saba, las ruinas arqueológicas de más de 3.000 años de antigüedad que el grupo de turistas españoles visitó justo antes del brutal ataque suicida.

CALENTAR CON FUERZA Es media mañana y el sol empieza a calentar con fuerza esta zona desértica, a unos 170 kilómetros al este de Saná, la capital yemení. Tras la valla metálica que rodea el complejo arqueológico, está Hasan Alí, un hombre de barba blanca y turbante gris. Colgado del hombro lleva un viejo fusil de asalto kalashnikov. Es uno de los guardias del templo. El día del atentado, estaba a 300 metros del cruce donde el kamikaze activó la carga mortífera.

"Oí una fuerte explosión y justo después, me tiré al suelo. Luego me dijeron que había sido un terrorista", explica. Hasán no parece sorprenderse por el gentío que ha aparecido frente a su puesto de vigilancia: un grupo de periodistas, la mayoría españoles, custodiados por soldados, policías y civiles armados. Los informadores habían llegado un par de horas antes a Marib desde Saná en un helicóptero militar de la era soviética.

"Aquí no ha aparecido ningún turista desde que se produjo el atentado", rememora el otro vigilante de las ruinas, Rachid. Como su compañero, no fue testigo ocular directo de la explosión, aunque dice que la onda expansiva rompió un brazo a su hijo.

VERSIONES DIFERENTES Sin embargo, la versión del guardia difiere de la que había dado el general de brigada y jefe de policía de Marib, Mohamed al Gadra. "Al día siguiente del ataque visitaron el templo un grupo de turistas alemanes", dice. El oficial afirma que el suicida conducía una vieja camioneta Toyota pick up de color beige. "La camioneta llevaba camuflados los explosivos bajo unas sacas con comida para animales", comenta uno de los civiles armados, familiar de uno de los dos conductores yemenís que fallecieron.

Del templo de la Reina de Saba hasta la localidad de Marib hay unos 15 kilómetros de carretera bien asfaltada. Apenas se ven mujeres y las pocas que hay cubren su cuerpo con una larga túnica negra y el rostro con el niqab , el velo que solo deja al descubierto los ojos. En cuanto a los varones, muchos van cargados con armas de fuego. Ir armado forma parte de la tradición de muchas de las tribus beduinas.

Algo apartado del centro está el Hotel Belques, en cuya entrada hay un control de seguridad. Es un edifico de construcción más bien moderna, de varias plantas y 66 habitaciones. Es el único hotel para turistas en Marib, con 20.000 habitantes. Aquí pasaron la mañana del pasado lunes el grupo de 13 españoles. El helicóptero con el grupo de periodistas parte de regreso a Saná. El atentado ha sido un duro golpe para este país pobre, anclado en el subdesarrollo.