Una imponente fotografía de Kim Jong-il saluda a los clientes del centro comercial Pothonggang en Pyongyang. Lo inauguró el padre del actual dictador en el 2010 augurando que mejoraría la vida en la capital y certifican su acierto las colas en el cajero, donde unos pagan con dólares y otros con tarjeta bancaria. El aroma postsoviético termina en la sobriedad de las instalaciones. Los variados productos de coloristas envoltorios que se aprietan en sus estanterías remiten al capitalismo desbocado. “Nuestro país ahora produce de todo: chocolatinas, galletas, patatas fritas… Las fábricas funcionan sin parar”, explica Song Un Ryol, encargada. Se excusa en el “secreto comercial” cuando se le pregunta por las ventas pero es evidente que el negocio funciona.

Pothonggang epitomiza el florecimiento de algo parecido al capitalismo en Corea del Norte a pesar de que oficialmente sigue regida por aquella apolillada filosofía 'juche' o de autosuficiencia que ideara Kim Il Sung, fundador del país. El proceso es conocido en el mundo comunista: un gobierno paternalista ya no puede cubrir las necesidades de su población y debe elegir entre dejarla morir o abrir la mano. Corea del Norte era en 1940 el país más industrializado de Oriente, sólo superado por Japón, y en 1970 aún superaba a su vecino del sur. Pero la gestión errática y el elefantiásico gasto militar deterioraron la economía hasta que las catastróficas hambrunas de los 90 dejaron unos 600.000 muertos. Las raciones de comida se redujeron de los 450 gramos a poco más de cien y sólo alcanzaron al 6% de la población.

La pura supervivencia estimuló la aparición de precarios mercados negros donde la gente malvendía cualquier bien familiar para comer un día más. Y acabadas las hambrunas, los mercados permanecieron.

La vacilante política de Kim Jong-il subrayó su desconfianza hacia esos atentados contra las esencias. Toleró el trapicheo e incluso lo legalizó en el 2002 para prohibirlo tres años después. La devaluación salvaje (quitó dos ceros al valor los billetes) aprobada en el 2009 para hacer aflorar los ahorros privados levantó tal polvareda que el Gobierno hubo de anularla y disculparse y anularla. No abundan precedentes como ese.

LIBERALIZACIÓN CRECIENTE

Aquella permisibilidad guadianesca de Kim Jong-il ha virado al desacomplejado estímulo con su hijo. Los agricultores venden por su cuenta su cosecha tras entregar la cuota estatal, los empresarios privados han dejado de ser estigmatizados y perseguidos y los gestores de las compañías estatales son libres para contratar o despedir a trabajadores, subirles el sueldo o repartir beneficios.

El resultado son tibias mejoras. Seúl calcula que el crecimiento supera el 1% anual en el último lustro, sustancial en una de las economías más castigadas del mundo. Los indicios se acumulan en Pyongyang. Los restaurantes abundan en las plantas bajas, quioscos con zumos y refrigerios salpican las calles y mastodónticos complejos de ocio con piscinas o boleras se han levantado en los últimos años. Las grúas y las inauguraciones de viviendas y calles evidencian el boom constructor. La noche ya no condena a la oscuridad absoluta, los cortes de electricidad se espacian y aquellas calles vacías muestran hoy un respetable tráfico. El enigma no resuelto por los expertos es de dónde sale el dinero. Ni las divisas enviadas por los miles de trabajadores en el exterior ni la reputada solvencia contrabandista del país bastan para explicarlo.

TODO REMITE A CHINA

El sistema de responsabilidad familiar agrícola, las zonas económicas especiales aprobadas en el 2013… todo remite sin remedio a China. Deng Xiaoping abrazó el pragmatismo cuatro décadas atrás con aquella germinal frase del gato que, blanco o negro, debía de cazar ratones. El orgullo norcoreano impide jubilar la ideología delirante con la audacia china. Palabras como proceso, reformas, apertura o capitalismo son tabú y en la prensa y discursos oficiales se habla de “nuevos métodos de gestión en nuestro propio estilo”.

Las reformas eran tan evidentes en la víspera del Congreso del partido del pasado año que muchos presagiaron alguna sutil alusión de Kim Jong-un, pero acabó criticando el “asqueroso viento de libertad burguesa” en probable referencia a China.

La dinastía de los Kim ha apuntalado su legitimidad en su sistema propio y el pueblo exhibe orgulloso las virtudes socialistas frente a las drogas, delincuencia y degeneración capitalistas. Uno de los guías que acompañan a la prensa asegura que en el país no hay un solo gay porque contraviene los valores nacionales. Otro me ofrece un curso acelerado de socialismo antes de responderme cuál es el salario medio. El salario, aclara con desdén, es un concepto capitalista trivial cuando el Estado te da vivienda, comida, sanidad y educación.

LOS CAMBIOS NO SE RECONOCEN

La mención de los cambios supondría reconocer que algo ha fallado en los últimos 70 años, limaría la moral popular, debilitaría la autoridad y estimularía las luchas intestinas. El Partido Comunista de China concretó que Mao había acertado en el 70 % de sus acciones y errado en el 30%, pero Kim Jong-un nunca admitirá que su abuelo y fundador del país, de quien emana su legitimidad, se equivocó en un 1%. La situación, como tantas otras en el país, apunta al delirio:Corea del Norte reprocha a China los cambios que le copia con descaro.

“Nuestras vidas son mucho más fáciles y felices que las de nuestros padres y abuelos y estoy seguro que la de mi hijo lo será aún más. Ahora tenemos de todo”, señala Jon Hyok-jun en la puerta del centro comercial de Potthongang mientras sujeta el carrito con su bebé. La quincena de clientes preguntados junto a mi guía dicen comprar productos locales porque son mejores.

La encargada prohíbe fotografiar el whisky Johnie Walker, el perfume Chanel, la crema facial Lancome, las neveras Siemens, los televisores de plasma Panasonic, las zapatillas Adidas… El material recién llegado demuestra el fracaso de las sanciones internacionales. Todos los productos incluyen el precio en won (moneda local) y dólares con el cambio del mercado negro. El cambio oficial es olímpicamente ignorado.

LA POBLACIÓN PREFIERE DIVISAS

El salario medio de 6.000 won apenas da para comprar un par de kilos de arroz. Muchos de los productos que se despachan sin pausa en Potthonggang requieren sueldos de varias vidas pero la economía oficial es anecdótica. Los urbanitas concentran sus esfuerzos en las múltiples vías prohibidas para conseguir ingresos extras. Un miembro de la familia viaja hasta la frontera, otro guarda la mercancía y el último la vende. Los expertos hablan de la “generación jangmadang” (mercado negro) y estiman que la economía gris supone un tercio de la total. La alegre convivencia de dólares, euros y yuanes en las transacciones aconseja una calculadora a mano. Los taxistas exigen el pago y dan el cambio en dólares. La población prefiere divisas desde que perdió la confianza en la moneda nacional en aquella criminal devaluación de 2009.

Las reformas son indispensables para la región, aclara Chung-in Moon, profesor de Ciencia política de la Universidad de Yonsei (Seúl). “Kim Jong-un desea profundizarlas aunque amenacen su supervivencia. Atraer inversión extranjera es clave porque carece de medios internos para sufragar la transformación del sector manufacturero, pero las sanciones por su programa nuclear limitan sus esfuerzos. El cambio en el entorno de seguridad internacional es lo más necesario para que Corea del Norte pueda ir más allá en el proceso de reformas”, añade.

Kim Jong-un está ante una encrucijada: necesita acelerar las reformas para que aguante el país pero abrazar el capitalismo debilitaría fatalmente su posición. El contexto exige tacto y el acreditado espíritu de supervivencia de la dinastía que gobierna el país durante siete décadas.