Desde el punto de vista político, Irán es un país repleto de contradicciones. Un parlamento en el que están representadas diferentes corrientes que compiten entre sí, convive con la figura de un líder supremo nombrado por una asamblea de clérigos que tiene la potestad de nombrar a los integrantes de poderosas instituciones y de fiscalizar la gestión de ministerios clave.

El líder supremo es el hombre más poderoso de todo el régimen. Esta figura fue creada por el artífice de la revolución islámica, el ayatolá Jomeini, que la colocó en la cúspide del poder. El líder supremo nombra a la judicatura, el clero y a los miembros del poderoso Consejo de Guardianes. Confirma el nombramiento del presidente, aunque en el pasado se han registrado enfrentamientos entre la oficina del líder supremo y la del presidente. Es vitalicio.

La llamada Asamblea de Expertos es algo así como un colegio de cardenales que se reúne dos veces al año para supervisar la gestión del líder supremo. El presidente, cargo que ha ocupado hasta el momento Mahmud Ahmadineyad, es elegido por sufragio universal cada cuatro años y puede asumir dos mandatos. El presidente ejerce de jefe del Gobierno, aunque algunos de los ministros son responsables directamente ante el líder supremo. Los poderes del presidente están limitados por los clérigos.